40 años no es nada

La primera impresión sobre Miguel Ángel Ramírez es la de una persona franca, sin aristas, un técnico que acepta un reto descomunal y lo sabe

Cuando Miguel Ángel Ramírez se definió en su presentación, estableció el aprendizaje muy por encima de la veteranía y algo se agitó en la sala de prensa: «Uno puede tener 40 años de experiencia y hacerlo igual de mal que el primer año». Él tiene 40 y el técnico que dimitió, Víctor Fernández, una carrera de más de tres décadas. Había dos opciones: ver volar el cuchillo o entender que el entrenador canario hablaba de sí mismo. No hay la menor duda de que se refería a uno de los capítulos de su propia cosecha, porque la impresión que dejó en su alocución fue de la una persona franca, sin aristas, un obrero de pañuelo de tres picos si es necesario, a pie de hormigonera y, al mismo tiempo, sobre los planos que dibuja cada día, que no significa que al siguiente sean los mismos si es necesario. Ha venido a un Real Zaragoza en ruinas y lo sabe, al igual que cree que a base de cemento y conversaciones personalizadas puede reformar ese edificio dinamitado tantas veces. ¿Un punto de ingenuidad, dos de ilusión, tres por cada victoria que sueña y visualiza en una plantilla mejorable según su criterio? No deja de ser una apuesta de riesgo con el ascenso nombrándose sin pudor a diestro y siniestro, con Fernando López y sus caretas tan convencidos de ese objetivo que da vértigo.

Es un hombre con fútbol base en las venas y una carrera singular en los banquillos, viajero por un mapamundi exótico, ancestral, de barras y estrellas, de petrodólares. Ecuador, Brasil, Estados Unidos, España con el Sporting, Qatar… En ese Erasmus constante, Ramírez conquistó un título, la Copa Sudamérica, y fue despedido sin honor en el resto de sus destinos excepto Gijón. El Real Zaragoza solicitaba otro tipo de profesional, pero repasando el catálogo de todos los que han pilotado el equipo, su aterrizaje no parece tan forzado. En principio se entrega la espada de matar y la muleta a un maletilla valiente, consciente de que va a torear un miura, un reto descomunal que asume con una emotiva naturalidad. No lleva traje de luces en su discurso, exento de hipérboles y reducido de tópicos. Hace hincapié sobre el tamaño colosal de la oportunidad que se le ofrece y la presenta sin arabescos, con pinceladas comprensibles, convencido de que el duende de la honestidad iluminará su camino y el de un Real Zaragoza que no pretende rescatar, sino estimular.

El cementerio de La Romareda está sembrado de cruces de entrenadores caídos o despeñados y de un mausoleo aún caliente, el de Víctor Fernández, todavía custodiado por velas sin consumir y rosas marchitas. Miguel Ángel Ramírez ha cruzado el camposanto sin detenerse, con respeto pero con la mirada puesta en la vida de un equipo en el que hallar fortuna sin interesarle las riquezas. Quizás tras esa ausencia de poses y grandilocuencias se encuentre el entrenador elegido. Es muy improbable, al menos esta temporada, que se capaz de llevar al conjunto aragonés a Primera porque le han dejado solo ante el peligro en un poblado sin apenas algo potable, ni en el vestuario ni en quienes le han contratado. Con todo por hacer y mucho por deshacer. Pero ahí va el mejor Miguel, que 40 años no es nada, mientras de fondo suenan con idéntica intensidad la festiva orquesta de la plaza y el órgano funerario.

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