Encajar una goleada es lo más desagradable que existe en el fútbol. Recuerdo que en los años sesenta, con los Magníficos, el Real Zaragoza perdió 6-0 en el estadio de Mestalla el 19 de marzo de 1967. Yo tenía ocho años recién cumplidos y estaba escuchando la radio. Claramunt consiguió el sexto a veinte minutos del final y lloré cuando concluyó el partido; fue una mezcla de relajación porque el marcador no se había ampliado y de vergüenza por la media docena. Años después, el 25 de noviembre de 1989, los de Radomir Antic encajaron un 7-2 en el Bernabéu con Chilavert en la portería y Juan Señor como lateral, con la mala fortuna de recibir el último tanto en el 89 por mediación de Martín Vázquez en partido televisado. Mi horror por el doble dígito llegó en los tiempos de Agapito, donde sufría en las transmisiones por si se llegaba a la decena de goles en Madrid o Barcelona, muy comentado por los oyentes cuando ya le habían clavado el set a los maños y los partidos parecían interminables.. Pero mucho peor fue el 6-2 contra la Llagostera el último partido de liga antes de la clasificación no conseguida para los playoff o el 0-5 en el coliseo zaragozano en el colofón de la liga contra el Leganés ya salvados con JIM y sin esperar ese vergonzoso marcador. Por eso el 1-4 contra el Alavés y el 3-0 en Málaga han dejado tan mal cuerpo en la afición y un silencio institucional rodeado de rumores periodísticos que intentan confundir a la gente.