Llega el momento de afrontar un encuentro que, en realidad, no vale más que los tres puntos en juego. La celebración del llamado derbi por algunos es solamente un partido de rivalidad regional sin más historia que la última década y que no ha sido decisivo para la conquista de título alguno. Producto de la decadencia del equipo zaragozano y de la lucha por los oscenses de alcanzar la Primera División, donde llegaron en un par de oportunidades. La necesidad de los políticos de igualar las expectativas de ambos clubes, seguida por los medios de comunicación de carácter regional, ha hecho que este choque desvíe la atención a otros asuntos de mayor calado y preocupación ciudadana. Aragón ha dado solamente la posibilidad de participar en la máxima categoría del fútbol español a dos clubes pero sus enfrentamientos se reducen a la categoría de plata del balompié hispano desde 2008 y a la Copa del Rey, un par de eliminatorias en los años setenta y ochenta del siglo pasado. Tampoco se produce una gran presencia de aficionados de uno y otro equipo en sus estadios; el sorteo de 189 entradas para acudir al campo del Alcaraz es una buena muestra de ello aunque el Real Zaragoza, en su derecho, se haya reservado un buen puñado para sus compromisos oficiales. Espero que la actitud de las minorías no perjudique la imagen de las aficiones porque, posiblemente, a los más extremos les guste la provocación y el enfrentamiento más allá de la disputa de los tres puntos en juego. Así se desarrollan los acontecimientos en el resto del país, mucho más en diferentes localidades presas del independentismo y en partidos como entre el Real Madrid y el Barcelona, merengues y colchoneros o sevillistas y béticos donde ha habido títulos de la Champions League en juego.