El negocio futbolístico está introduciéndose nuestra sociedad como un virus pandémico. Los aficionados no ofrecen al principio síntomas, los clubes alargan sus agonías con huidas hacia adelante, las federaciones buscan ampliar sus ingresos y las Ligas, en especial la de nuestro país, no para de enfrentarse con todo el mundo. Tiene el interruptor para encender y apagar la televisión, decide qué imágenes no pueden aparecer en la pantalla, ha reducido el interés del público por la radio y no piensa en absoluto en la afición que es solamente su granero, su granja o su piscifactoría.
Le he echado un vistazo a las audiencias de los programas deportivos de radio y televisión aprovechando la última oleada y está claro que no es lo de antes. El público se ha acostumbrado a la inmediatez, a los titulares en la información y a la frase más suculenta de una rueda de prensa. No reconoce a los narradores ni a los comentaristas, excepto en las transmisiones de la selección española de fútbol donde apenas sabemos quiénes son y dónde juegan los que corretean por el terreno de juego.
Resulta extraño, mirándonos hacia nosotros mismos, que el capataz del club sea un profesional que ha estado vinculado a marcas deportivas y a un club como el Barcelona. Que no haya hecho público su grupo de trabajo no deportivo, que sea consejero mancomunado con otros consejeros por cooptación y cuyo jefe de verdad ignoremos. Mas, Oughourlian, Jiménez Aguilar o alguien de la antigua Fundación. No hay rostro, solo una galaxia internacional donde el Real Zaragoza es un planeta pequeño.