En las «Coplas a la muerte de su padre» Jorge Manrique expresó algo que no se supo interpretar entonces. «Recuerde el alma dormida / avive el seso y despierte / contemplando / cómo se pasa la vida, / cómo se viene la muerte / tan callando; / cuán presto se va el placer; / cómo después de acordado / da dolor; / cómo a nuestro parecer / cualquier tiempo pasado / fue mejor». El poeta del siglo XV no intentó expresar que aquello que vivimos con anterioridad fuera más grato. De hecho, los científicos actuales asumen que el cerebro de las personas reconstruye el pasado y recuerda lo más positivo de nuestra existencia olvidando las desgracias.
Quiero decir con esto que la situación del zaragocismo es complicada, difícil y con una perspectiva donde los llamados «fondos buitre» han venido para quedarse. Pero no olvidemos que también sufrimos hace sesenta años cuando el Real Zaragoza disputó cuatro finales de Copa consecutivas y dos Copas de Ferias, que con los zaraguayos se descendió a Segunda División y que con Beenhakker, pese a su fútbol exquisito en la Romareda, no se clasificó el equipo para la UEFA. Sin contar el descalabro tras ganar la Recopa de Europa en el Parque de los Príncipes, el descenso a Segunda después de poder conquistar la Liga o las dos últimas finales de Copa donde se venció a los «galácticos» y se perdió frente al Espanyol.
No se puede juzgar el pasado con los ojos del presente porque entonces también se cometieron errores de bulto. Y la afición, hace medio siglo implacable, es ahora mucho más cercana a los jugadores aunque el club se haya distanciado. La situación es agónica, pero de la exigencia saldrá el hueco por donde meter la cabeza y sacar el resto del cuerpo. Aunque los políticos de ahora sean tan egoístas como los del siglo pasado.