Alberto Zapater se despide del Real Zaragoza atrapado entre el agradecimiento y la exposición de las emociones más íntimas de un futbolista de élite feliz por haber dejado huella, a punto de visitar otro tipo de vida sintiéndose aún parte de esta
Alberto Zapater desplegó de par en par su corazón en la última rueda de prensa de su carrera deportiva en el Real Zaragoza, y lo hizo como el gran dinosaurio zaragocista que ha llegado a ser, feliz por haber dejado huella como le enseñó su padre, con esfuerzo. Como en el Viaje de Arlo, la película de Disney que eligió para buscar un ejemplo a su trayectoria, cuando el pequeño apatosaurus que también ha perdido a su papá estampa su marca en el silo entre los de su madre y su padre tras haber demostrado sacrificio y valentía en el camino para volver a casa. Al recordar la figura paterna, la voz del capitán se estremeció, igual que al comienzo de su despedida, cuando reconoció que había seguido el consejo de su esposa, María, de no llevar nada preparado. «Di lo que sientas», le recomendó, y el jugador improvisó con la naturalidad que siempre le ha caracterizado: mostró un par de dibujos de sus hijos, Oliver y Alejandra. «Vienen a representar lo que es mi vida, mi familia, el Real Zaragoza que me ha permitido ser lo que soy». «Estoy aquí porque el viernes es mi último día. Me enseñaron a decir por favor, perdón y gracias. Quiero pedir perdón a los que crean que no he estado a la altura, a mis compañeros, a la afición y a todo el mundo que ha compartido momentos conmigo. Y doy las gracias a todos los que forman parte de este sueño de un chico de Ejea. A mis amigos y los colegios que me formaron como persona y que son parte de mí». Un silencio corto conmociona la sala y a todos los presentes, unas lágrimas se clavan como espinas en la garganta antes de rendir homenaje a la familia, «que son los que realmente sufren a un deportista profesional. A mi hermano, que me quiere como a nada; a mis tíos, a los que considero como mis padres; a mi madre que nos cuidó y sufrió no tener a su hijo. A mi mujer, que es quien mejor sabe qué es aguantar a Zapater todo lo días». Casi un minuto de aplausos celebran sus palabras. «He dejado huella y me he sentido futbolista del Real Zaragoza. Este es un momento que uno nunca quiere que llegue, pero me voy feliz. Nunca imaginé todo lo que he vivido. Gracias a todos. Aúpa Zaragoza».
Ese mapa de emociones íntimas extendidas públicamente contienen todavía toda la orografía de un futbolista en activo. El próximo entrenamiento, el próximo partido. Y sin embargo, Zapater no disimula la lógica desorientación de alguien a punto de abandonar una vida «privilegiada» para adentrarse en un tiempo que no sabe aún cómo ocupará ni física ni mentalmente. «Ahora mismo me dices que no me voy a poner más una botas de fútbol y no lo veo, no lo acepto. Puede ser que eso no pase más». Pasión, ilusión motivación. Así justifica el porqué ha estado tantos años en activo. «Ese plus lo sacas porque es el Real Zaragoza, porque Real Zaragoza lo ha sido todo». No se ve en otro equipo, al menos en España, pero tampoco descarta nada. A la vez, busca mejores localidades para ver en el futuro los partidos «más cerquica». Si se va a otro lugar «tiene que ser muy especial para mí y para mi familia. Tengo 38 años y ya no es igual que cuando tenías 20». En esta segunda etapa le han acompañado problemas de espalda y de rodilla, y la certeza de que para que se logre el ascenso por el que ha luchado sin conseguirlo «hace falta paciencia, ir poco a poco». Con los 422 encuentros que cumplirá el viernes, será historia, tan sólo por detrás en participaciones de José Luis Violeta y Xavi Aguado. «Me considero un afortunado porque jamás pensaba que todo esto iba a pasar. Siempre creí que era un elegido, incluso cuando viene de Ejea con 12 años y no paraba de llorar. Muchos se han quedado por el camino porque esto es muy difícil…» Resopla. «Estoy desbordado con lo que me esta pasando estos días. Es una pasada».
Elegante hasta el último minuto, el aragonés razona las causas de un adiós que en principio no tenía previsto. Y lo hace sin el más mínimo rencor. «Los finales son difíciles para todos. Hablé con el club y ya está. El club está por encima de cualquiera y si ha ocurrido así es porque tenía que pasar. La vida sigue. Ahora mismo estoy en un proceso de asimilar todo. He pasado días malos y ahora lo voy asimilando. Están haciendo muchas cosas por mí durante estos días y no creo que merezca tanto. No me permitiré ser un desagradecido». Piensa en este viernes, en nada más, quizás porque sabe que el sábado, seguramente, se abrirá «un abismo e igual el domingo les pido que me dejen la Ciudad Deportiva para entrenarme. Ahí es donde quiero ver si puedo parar o si tengo motivación para seguir sintiéndolo de verdad, convencido. Y no me vale cualquier cosa. Tengo que sentirme bien conmigo mismo». De nuevo la naturaleza tímida de Arlo, de Zapater, reabre la puerta de ese futuro incierto en un planeta inhóspito. «Igualar con otra cosa lo que hacemos los futbolistas, hacer reír o llorar a la gente, es muy complicado. La gente nos adora, nos abraza cuando en realidad somos personas normales. Pero buscar algo parecido va a ser algo imposible. Nosotros so sabemos lo que es la vida de un trabajador. Hay que gente que pagaría por tener tiempo e igual mi problema es que voy a tener mucho tiempo. Al final, quieras que no, sientes que te mueres. Sin embargo que haya vivido tantas cosas muy joven no tiene por qué impedir que otras te ilusionen y emocionen. Sé que lo voy a pasar mal pero llevo tiempo procesando que eso va a pasar y que, no sé, quizás deba ocupar ese tiempo en un voluntariado».
Ni estrella, ni leyenda, ni crack. El capitán considera que no deja ningún legado. «No soy rápido, no soy excepcional con la derecha. Con la izquierda, hasta que llegó Carlos Rojo y me dijo para qué la tenía… Tengo capacidad heroica pero no soy especial», apunta el futbolista, quien sí admite que mucha gente se ha visto reflejada en él. En ese momento, aunque ha evitado citar nombres propios, subraya la influencia de un entrenador: «Tengo que nombrar a Víctor Muñoz. Creo que se vio reflejado en mí y he conseguido que la gente vea que un aficionado más ha jugado en el Real Zaragoza. Yo no he sido tanto pero he tenido pasión y ese plus que me ha hecho superar adversidades y lesiones». Se le insiste en el porvenir del Real Zaragoza, en el que ya no estará, en ese maldito ascenso que se resiste y cuáles son las claves para lograrlo de una vez. «Está muy bien que la gente se ilusione, es lo que todos queremos oír, pero esta competición nadie sube en la jornada 10. El fútbol no son matemáticas, el dinero no es una garantía de éxito aunque ayude». Tampoco, según su criterio, es imprescindible dotar de esencia aragonesa a un proyecto «porque hay y ha habido futbolistas que no son de esta tierra y han dejado un gran legado en el club. Belsué y Cuartero son aragoneses, pero Cristian no, por ejemplo». El gran dinosaurio zaragocista se encamina hacia su último viaje para honrar a su padre, de nuevo al Real Zaragoza y su afición, para dejar la firma de la perseverancia en el silo de La Romareda. «Gracias a todos por estar conmigo», se despide este protagonista de una trayectoria de película con sus sonrisas y sus lágrimas.
Foto: Real Zaragoza
Tardaremos en disfrutar de un jugador con ese sentimiento de pertenencia al club. El signo de los tiempos que corren