Una vez que el Real Zaragoza se ha cargado de razones y de bastantes jugadores para considerar que está en condiciones de dar el salto a la clase media alta de la competición, falta por saber si su fútbol se equiparará a las expectativas creadas por el lineal y coherente trabajo de Juan Carlos Cordero para gestionar las salidas y las entradas y personalizar y dar forma a un grupo compacto. Será complicado que en las primeras jornadas, con varios fichajes en fase de hallar su mejor textura física, un dibujo por concretar pese a la flexibilidad y alternativas que le concede esta plantilla y la armonía colectiva en la comprensión del otro que sólo se logra con el tiempo, el conjunto de Fran Escribá funcione como un reloj. Para descubrir cuáles son los resortes auténticos para ese impulso que le permita ingresar en el selectivo club de los seis primeros hace falta todavía una pieza imprescindible y que encaje como anillo en la defensa: un central con cartel de titular.
Las páginas más frescas de la historia zaragocista describen con fidelidad que la principal causa el padecimiento de las últimas temporadas ha sido la falta de gol de atacantes y auxiliares de segunda línea, y también relata que el soporte de las distintas salvaciones ha sido la imposición del instinto de conservación por los diferentes entrenadores. No es ninguna novedad que en este y otros deportes de asociaciones individuales, cualquier guerra se gana en la fortaleza de esa trinchera colectiva. Cordero ha atendido con urgencia a todo lo que atañe al acoso del área rival, incluido un centro del campo que lo motorice, y ha depositado su fidelidad en un abrigo que ha respondido sin grandes fisuras en este largo invierno. Cristian, Poussin, Gámez, Luna, Jair, Lluis López, Francés, Lecoeuche y Nieto componen el blindaje del nuevo Real Zaragoza. ¿Es suficiente? No si se quiere cerrar el círculo.
Esa escolta acumula experiencia y algún galón, pero pendientes de conocer el rendimiento real de los franceses, la confianza absoluta apenas se reconoce en Cristian y Jair, dos veteranos con una notable e incluso sobresaliente hoja de servicios que cada temporada están más expuestos al desgaste. Lluís López se ha ganado el puesto por su implicación y, sobre todo, porque Francés, irreconocible desde se desmarcó de la concentración y compresión de las propias virtudes que le hicieron especial y añorando que regrese, le ha despejado el camino en el once. Pero el catalán, con ciertos encajes de categoría superior, casi siempre sufre un ataque de altivez o pasmos que comprometen a sus compañeros. Consta que el director deportivo busca esa figura de máxima fiabilidad para no estar pendiente de sobresaltos en este Real Zaragoza que tanto promete. No sirve cualquiera y mucho menos en un rol de acompañamiento. De ese central, del acierto en su fichaje o cesión si se produce, dependen más cosas de las que parecen. Ser un bonito castillo de naipes a merced del viento o una fortificación que vigile y domine el campeonato desde la cota de los mejores.
Foto Real Zaragoza