El milagro petrolífero de Azón

Iván Azón no hizo un buen partido en su debut en Liga con Juan Ignacio Martínez. Acusó la soledad táctica que ha apagado por completo a El Toro, a Alegría y a Vuckic, un aislamiento que reduce al máximo la capacidad ofensiva de un equipo sin gol, anestesia a Narváez y convierte el área enemiga en una utopía. Los ojos estaban puestos en el canterano porque su titularidad ha sido demandada por clamor popular, justicia poética y una lógica aplastante por lo que producen sus compañeros de ataque, nada. Por poco esa súplica se publica en el BOA. JIM cedió en el Anxo Carro y Azón le entregó el corazón en una actuación condicionada a un suministro ceñido a coliflores a la cazuela que el ariete intento rebañar en situaciones muy desfavorables incluso para su impotente poderío aéreo. Los centros de faltas y otras suertes le buscaron con saña, o muy elevados o con vuelo rasante. En este sentido, no en otros relacionados con el talento, se entiende por qué los puntas fichados en verano sufren de daltonismo realizador: se les deja en un canasto a la puerta del convento sin un solo mendrugo bajo el brazo y no catan una miga ni bajo el arcoíris.

La diferencia entre el zaragozano y sus competidores por el puesto es el apetito del chico. Todavía no forma parte del coro porque desafina por su voracidad animal, una virtud que se transforma en defecto cuando su carácter salvaje supera la toma de decisiones correctas. Le falta enfriar el champán, algo que conseguirá con un trabajo muy específico de tecnificación y con partidos completos. Aun así, ¿estuvo mal? El gol de Cristian encubrió muchos asuntos turbios, entre ellos una actitud achantada por el planteamiento conservador del encuentro ante un Lugo sentado en el garrote vil. El Real Zaragoza se dedicó a acompañar la caravana funeraria de los gallegos hasta que se dio cuenta en el ataúd estaba inscrito su nombre. Solo Iván Azón se desmarcó de esa conducta plañidera. El maravilloso gol de Cristian condujo casi al olvido lo que hizo antes de ser sustituido. Casi.

Con el gol de Barreiro a cuestas, el conjunto aragonés se puso a taladrar una piedra con cuchillo de postre. Azón no. Azón lleva explosivos siempre en la cintura. Unas veces resulta demasiado impulsivo en su ansiedad por detonarlo todo, pero otras, coloca el cartucho en el lugar exacto. ¿Quién iba a pensar que esa basura espacial que bajaba sobre la portería de Varo podía rematarse? El canterano, por supuesto. Se elevó como una fiera y el guardameta del Lugo se quedó perplejo, tanto que para resolver el peligro se le ocurrió darle un sopapo con las dos manos. Ese penalti, luego marcado por Adrián, retrata de nuevo la personalidad incombustible de Azón, suficiente para que nadie le discuta la titularidad. Fue el milagro petrolífero de la noche, oro negro al que más tarde Cristian revistió de la importancia que merece.

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