Con tanto lunes futbolístico las semanas se alargan innecesariamente cuando los marcadores son adversos. Esto provoca que se piense demasiado con las derrotas y la fragilidad del éxito final vaya nublándose como el parabrisas de tu coche en una tarde de lluvia. Las gomas de las escobillas casi no funcionan y el calor interior favorece el vaho que termina poniéndote nervioso y, según como estés, deprimido. No se ve casi nada y disminuyes la velocidad por prudencia (o deberías hacerlo) en busca de los pilotos rojos de un vehículo precedente que te sirva de referencia. Te pones a recordar parpadeando con lentitud y ayer, en twitter, leíste que se cumplían treinta y seis años del 8-1 en la Romareda contra el Sevilla de Luis Costa en el banquillo, con dos goles de Rubén Sosa y otros dos de Pepe Mejías, que le ponía al entrenador nervioso por su forma de ser dentro y fuera del terreno de juego pese a su talento. No creo que el rubio técnico cantase acompañando al gaditano y su guitarra, retirado hace tres décadas de los terrenos de juego.
Y piensas, con una sonrisa algo forzada, que también viviste desde el palco de prensa de la Romareda ocho años antes el 8-1 con los cinco goles de Pichi Alonso al que pudiste entrevistar después el partido con un magnetofón de cassette casi nuevo. Y también la última goleada fue sonada, 6-1 al Real Madrid en las semifinales de la Copa del Rey, que semanas más tarde significó la postrera final con la inesperada derrota ante el Espanyol de Tamudo. Y de eso hace diecisiete años… Será mejor parar el automóvil en un área de servicio aunque no te sea necesario poner gasoil ni pasar por el servicio (lo bueno es que ahora puedes ir al de caballeros y al de señoras y nadie te dirá nada por si acaso lo consideras una agresión sexual) y esperar a que deje de llover. La paciencia, que viene de «pati», sufrimiento en latín, no abandona a sus fieles.