El central, titán físico de la defensa, ha rebajado al máximo su nivel de concentración envuelto en dudas que acentúan sus limitaciones con el balón
Jair Amador, como la mayoría de sus compañeros, empezó como un tiro la temporada. Tenía bajo el brazo la renovación hasta 2025 que firmó en marzo, muy próximo a cumplir 34 años. La operación se dio por buena por la suma de sus méritos, muy altos en las tres campañas anterior en cuanto a rendimiento y participación junto a Francés o Lluís López. Nunca ha sido un prodigio, pero su perfil de perfecto defensor aéreo, tajante y ganador en la mayoría de las pugnas físicas, avalaban la revisión de su contrato. Valladolid y Eldense sufrieron su ira, pero fue en Tenerife donde el zaguero, junto a Cristian, sostuvo como un monolito a su equipo frente a la cascada de ataques. En un centro de Bermejo, atravesó a Juan Soriano y le dio los tres puntos al conjunto. A partir de la visita del Racing y de la ruptura de la magnífica racha de resultados del conjunto aragonés, viajó a otra dimensión inferior. A un eclipse bajo el que comenzó a diluirse en Ferrol y que confirmó su bajón con el gol en propia meta que supuso la derrota frente al Mirandés en La Romareda.
Después de otra actuación muy pobre en la catástrofe en casa con el Alcorcón, Bautista le hizo un par de trajes en la remontada del Eibar, y ya, salvo en el estreno de los centrales con Julio Velázquez en el feudo del Espanyol, sus partidos cayeron al suspenso o al muy deficiente como con el Albacete, el Huesca, el Amorebieta, el Levante y este lunes, en Elda, donde tocó fondo. Es el futbolista más afectado por las crisis colectivas, ya que una de sus grandes virtudes ha sido siempre proteger al equipo siempre que se le ofrezca buena ropa de abrigo. A la intemperie, expuesto a espacios y a duelos cara a cara con el enemigo, Jair sufre, con una relación muy justa con el balón en los pies, como un nazareno. Hasta en las alturas ha perdido jerarquía: Brugué, con 1,74 de estatura, se anticipó a su 1,90 en el empate del Levante. No es nuevo que los entrenadores del contrincante ordenen presionar la salida de la pelota para obligar a que Jair sea el encargado de transportarla, lo que se traduce en largos pases sorteados y demasiado previsibles.
Ante el Eldense fue preso de sus sombras, de sus dudas. Mantuvo su reino por alto lejos del área, pero perdió nada menos que 21 balones, una cifra inadmisible para un futbolista en su puesto. Ese cúmulo de errores florecieron en gestos que denotaban su tremenda incomodidad y baja forma, en cómo se orientaba tarde y mal para el correspondiente despeje, adivinado por el que acudía a taponarle o, como mal menor, en dirección a ninguna parte cuando no fuera del rectángulo. Jair Amador no jugará el viernes ante el Andorra por acumulación de tarjetas, la mayoría concentradas en entradas a destiempo, algunas fuera de su hábitat natural. El apagón del portugués es absoluto y el Real Zaragoza se ha visto afectado por un futbolista que se mantiene desde hace tiempo en la titularidad por su pasado, un central estupendo para Segunda siempre que esté al cien por cien, algo que no sucede desde hace mucho.
Por decir algo en favor de Jair, y porque he vivido en persona jugar en posiciones defensivas la mayoría de los 25 años que jugué al futbol, es mentalmente muy complicado salir al campo sabedor que tu equipo no tiene gol, que cada acción que hagas es de una enorme responsabilidad al saber que juegas el balón próximo a tu propia meta, y que un error tuyo que provoca una pérdida y acaba en gol es muy difícil, por no decir imposible, de remontar. Para mí es más falta de fé en ganar los partidos que otra cosa. Si el entrenador detecta este problema en el jugador tiene que actuar urgentemente con técnica terapeútica, y si no resulta positivo no alinearlo de inicio.
Tiene su punto de razón Feix. Desde luego es muy cierto el bajo rendimiento de este jugador y que sus errores se han traducido en pérdida de puntos. Dicho esto hay que considerar que la línea defensiva en la parte central cuenta con muy pocos apoyos en el centro del campo. Esa dejación de funciones de los centro campistas expone a los centrales a una excesiva presión. Ese es uno de los más graves problemas del equipo, la falta de salida del balón, al carecer de un centro del campo que sepa hacerlo con solvencia.