¿Delanteros ciegos o centrocampistas invidentes?

El foco de las críticas y de casi todos los males del Real Zaragoza se ha puesto en los delanteros, cuya fama por incapacidad ya ha dado la vuelta al mundo. El Toro Fernández y Vuckic, fichados como puntas de referencia, no han marcado a cuatro jornadas para el término del torneo y han sido objeto de escarnio general. Alegría, adquirido en calidad de cedido en invierno para remediar semejante calamidad, lleva un tanto, y Azón, titular frente a la espectacular sequía de sus compañeros, ha conseguido dos dianas y cuando juega genera expectativas por su ambición juvenil y su físico portentoso. Pero nada es suficiente para mejorar una línea de la que Narváez ha sido desterrado a una posición de trabajos forzosos en bien de la comunidad que ni beneficia al jugador ni mejora al equipo pese a que JIM insista con el colombiano lejos del área para que ayude a taponar la banda izquierda.

La capacidad ofensiva del conjunto aragonés es sencillamente ridícula, pero, con el tiempo, se ha ido descrubriendo que, al margen de que los puntas estén más o menos cualificados, esa aberración no solo compete a los cuatro futbolistas que ocupan los puestos más avanzados. A El Toro se le han visto fallar ocasiones claras, no tanto a Vuckic, Alegría y Azón, atacantes que sin compartir naturalezas, sí tienen algo en común con excepción del esloveno, un poco más versátil: donde mejor manifiestan sus prestaciones, o deberían hacerlo, es dentro del área. Fuera de ella se comportan con un estajanovismo intachable, pero con la minúscula productividad que delatan sus números. No ven o es que nadie le da al interruptor del suministro. Esa es la cuestión.

El Real Zaragoza es un equipo agrietado como bloque, por eso el entrenador insiste en aplicar capas de cemento defensivo con el objetivo de, al menos, poder competir. Esa apuesta táctica y efectiva hasta cierto punto acentúa aún más la soledad del delantero, que aparece en el campo como una figura extraviada en la presión y huérfana de todo aquello que no pueda generar por sí misma. En ese papel, Azón es el más destacado por su arrebatadora vehemencia en la lucha sin cuartel, no por que le lleguen balones más o menos nítidos para rematar. Narváez es quien mejor se ha aclimatado a esa situación hostil, por lo general cuando se rebela y salta hacia territorio de ariete.

El problema sigue siendo el gol pero la avería se localiza en el corte de abastecimiento del centro del campo, donde la fabricación de pases hábiles apenas da para mínimos. Bermejo y Zapater son los mejores asistentes, casi siempre a balón parado, y Eguaras asoma con un par de tímidos centros definitivos. Narváez, Nieto, Tejero y Chavarría, por lo general desde la banda, aparecen en esta diminuta lista. Ni un solo balón filtrado, ni una pared, ni un contragolpe… En el balcón del área muere cualquier intento asociativo como consecuencia de un mediocampismo sin fantasía, cómodo en el fútbol estático e invidente en el último pase. Los delanteros no son estrellas, pero tampoco para condenarles en exclusiva en un equipo sin apenas bombillas donde más luz se necesita.

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