El Real Zaragoza saca cuatro puntos en sus dos últimos partidos para agarrarse a la permanencia con un par de tantos calcados de sus delanteros, dos acciones aisladas, explosivas e imaginadas tan sólo en la pasión de sus universos indomables
El futbol es como el mar, se balancea sobre un oleaje pacífico hasta que, sin previo aviso, sus entrañas se contraen y su navegación se convierte un reto para la supervivencia. Hay que estar preparado para sus cambios de humor, para tener el mayor tiempo posible bajo control ese juego inestable e impredecible, pero el Real Zaragoza, sin apenas equipamiento de salvación, se ha pasado achicando agua toda la temporada, ahogándose sin gol en un vaso en calma o sacudido por trombas más o menos peligrosas. No fue una excepción contra el Huesca ni hace una semana frente al Elche. En dos pasajes de la competición que le pedían sujetar el timón con todas las manos posibles, le rescató del hundimiento dos futbolistas sin miedo, un par de jugadores que surfean por encima del pánico, del tamaño del rival y sus amenazas, de un escenario de máximo peligro con el torbellino del descenso mostrando su fauces. El Real Zaragoza debe estar muy agradecido a su fortaleza mental y a su pasión, a sus decisiones independientes y trascendentales para remolcarlo al puerto de la permanencia.
Iván Azón y Adrián Liso, un joven veterano y un juvenil, ambos de la cantera, han colaborado a que el conjunto aragonés empate un encuentro y ponga rumbo en la victoria en otro. Cuatro puntos en total en el tramo crítico del torneo. No tienen mucho en común salvo su origen, pero comparten una naturaleza en cuyo núcleo se fusionan valores coincidentes, el principal su empecinada negación a la rendición. Sólo así se comprende y se entiende cómo fueron capaces de imaginar y marcar dos goles tan similares que sólo transportaban sus corazones. De dos pelotazos, o pases a un espacio alejado de la portería y con ventaja de los defensas para acabar con las aventuras, calcaron un par acciones de delanteros sobrealimentados de fe en sí mismos. Azón igualó la carrera de Mario Gaspar, exinternacional con España y autor del tanto que había adelantado al Elche, y sobre la cal del fondo le desplazó con sus armadura, avanzó, alzó la cabeza y ajustició a Dituro metiendo un camello por el ojo de una aguja sin misterio alguno. Fabuloso.
Este tipo de películas tardan un tiempo considerable en volver a producirse, pero Liso puso la suya en la cartelera de El Alcoraz una semana después aprovechando que la paciencia de Víctor Fernández con Bakis se había acabado. Por el otro lado, el extremo salió de caza a un pase paralelo de Lluís López sin más pretensión que el balón circulara hacia arriba. En mitad de la nada, Loureiro, que había firmado con un zapatazo poco antes la diana de los oscenses, atacó muy seguro dos piernas que resistieron la embestida del defensa y que se repusieron para recuperar el equilibrio y cortar el aliento de Álvaro Fernández, doblado como papel de fumar ante el latigazo zurdo y espontáneo del atacante zaragocista. Fuerza, convicción, decisión. Azón y Liso representaron el Big Bang de sus explosivos universos, ajenos a las mareas del fútbol vulnerable de su equipo.