Las tres aventuras del técnico en el club después del título continental del Real Zaragoza en 1995, con dos cursos en Primera y tres en Segunda, arrojan unas cifras pobres en su totalidad
La leyenda de Víctor Fernández en el Real Zaragoza se ciñe exclusivamente al primer lustro de los años 90 del siglo XX por mucho que algún periodista de vertebrado interés, su séquito desvestido de criterio y un heraldo de la naftalina estén abonados a lo indefendible. No fue poco, todo lo contrario, lo que logró junto a una generación de maravillosos futbolistas con los que sobre todo congenió en el césped. Después de lograr una permanencia agónica en Primera en la promoción de 1991 frente al Murcia, el entrenador colaboró a que el equipo se clasificara para la Copa de la UEFA y disputara dos finales de Copa consecutivas, la primera perdida en 1993 frente a un Real Madrid que encontró un valioso e indisimulado aliado en Urío Velázquez y la segunda un año después, con el triunfo en la tanda de penaltis contra el Celta de Txetxu Rojo, camino del tercer puesto y del mayo registro anotador de la historia con 71 goles que adornó con un 4-1 ante el Madrid en la última jornada de Liga. Enamoraba el fútbol del conjunto aragonés bordado con jugadores de seda, la mayoría lejos de sus orígenes y un buen puñado en la madurez de sus carreras. Todos besaron la gloria del disfrute y de los títulos dentro del patrón del espectáculo emocional y deportivo. Incluso en la derrota, como aquella Supercopa perdida con el Barça en un partido de vuelta que los aragoneses vencieron por 4-5 en el Camp Nou. A la mañana siguiente, fueron recibidos como héroes a su llegada al Municipal en autobús.
Un año y medio del mágico golpeo de Nayim en el Parque de los Príncipes, Víctor Fernández fue destituido por Alfonso Solans júnior y los resultados. Una sola victoria en once jornadas tenía al Real Zaragoza vigésimo, en descenso, y el presidente, cuya relación con el técnico no era precisamente amistosa, procedió a su despido. Una década después, Agapito Iglesias le recuperó como estandarte de un proyecto manipulado por los políticos de acento socialista y por el propio empresario, afín a esa maniobra hasta que se independizó de sus interesados benefactores para lucrarse del club y arruinarlo hasta el tuétano. Con un plantilla muy cara se consiguió una plaza para la UEFA no sin sufrir hasta la última bala (que no fue gratis) en Huelva. Con el equipo más costoso de la historia de la entidad, a dos puntos de un descenso que se haría inevitable pese a sus sucesores, Garitano, Irureta y Villanova, el entrenador zaragozano recibió la carta del cese. En su segundo adiós, dijo: «No volveré como entrenador porque supone un desgaste tremendo, sólo lo haría como director general o como presidente». Víctor se marchaba muy dolido en su primera experiencia posREcopa en el Real Zaragoza. Sí volvió al banquillo en 2018, esta vez en Segunda, en una misión de apurado rescate desde la antepenúltima posición que resolvió con profesionalidad. Por todo lo contrario, por desatender el oficio, se le fue de las manos el ascenso directo el curso de la pandemia y también, a las primeras de cambio, el playoff con el Elche.
Ahora ha asumido un nuevo reto que se le ha complicado como jamás había imaginado. En los diez encuentros que lleva al mando y a falta de dos para el final de la competición, aún no se ha confirmado la permanencia. El duende de Víctor Fernández con el Real Zaragoza y viceversa, un incuestionable hermoso capítulo, se esfumó en el minuto 119 de la final de París. Una sofocante clasificación europea y una dolorosa promoción de ascenso. Ha cumplido con una salvación y está pendiente de otra… En parte su figura comparte la terrible dinámica de desgaste de la entidad. «Yo no vine por gloria ni por dinero», ha comentado esta mañana. Con Agapito no salió pobre del finiquito, y tampoco lo hará gratis en este periodo cobre como se cobre el contrato que tiene hasta 2025. Nadie cuestiona su zaragocismo, y tampoco que nunca ocupará el primer cajón del podio de los altruistas. El tamaño de la gloria lo mide cada uno en función de sus objetivos o sus espejismos. Sin embargo, los números, que por lo general son bastante más fiables y certeros –cuando no una lápida– que las sensaciones, hablan de un Real Zaragoza paupérrimo con el Víctor Fernández que ha dirigido al equipo en cinco oportunidades desde la era Agapito.
Un entrenador ganador se ha visto destronado de la victoria. En los 134 partidos de Liga de estas tres etapas, sólo ha ganado 50, para empatar 39. Un total de 189 puntos de 402 posibles entre Primera y Segunda, es decir un 47% del botín en juego. No hay justicia ni injusticia en estos guarismos que se pueden intentar interpretar y explicar acudiendo a muchas teorías, circunstancias y situaciones. El gran legado de Víctor Fernández desde 2006 ha sido su carisma, impulsado por el trampolín de la Recopa como epílogo de cuatro temporadas de ensueño y rebozado por ese periodismo de caña con mucha espuma, ebrio de una batalla perdida, la del pasado como argumento del todo vale. Como entrenador, su herencia está vacía de prodigios y colmada de muchas amarguras. 184 goles marcados y 154 recibidos en esas 134 jornadas en la élite y en las cloacas. Por la mirilla de la preocupación se ve al Racing y al Albacete. Hace mucho que los dioses se confunden en la tierra como simples mortales invertebrados.
Excelente descripción de la realidad. El tiempo de Victor Fernández en el fútbol profesional ya pasó hace mucho tiempo
Habrá querido decir en el negocio del fútbol profesional. Porque fútbol a VF le sobra de todas las maneras.
Muy oportuno este articulo jugando el siguiente día por no descender. Señor Hernández: usted ke tiene en contra de Víctor Fernández?
Pues sí, Alfonso. Su artículo no es novela histórica, sino rigurosa historia, elaborada cronológicamente con método y rigor numérico incontestable. Dato, mata relato. Y ahí se esfuma un mito sostenido por una nostalgia sin fundamento que nos tiene enquistados en el fracaso sin solución.
Muchas gracias, Alfonso. Usted ayuda más a nuestro querido Zaragoza que los turiferarios.