El Real Zaragoza en el siglo de los mezquinos

Nunca he sentido la religión como algo fundamental en mi vida aunque respeto las creencias de los demás y siempre he dejado abierta una puerta a la sorpresa, que se produzca algo que haga útil en otra dimensión la miserable vida del ser humano, el peor de los animales sobre la tierra. Porque en todas las civilizaciones los intermediarios entre Dios y el hombre han sabido explotar los beneficios del engaño, la sumisión y el poder al que siempre han apoyado. Ha ocurrido desde siempre en las tres religiones monoteístas surgidas en una zona que nunca termina su destrucción pero que implica a todo el mundo en el negocio de la muerte que genera.

Hablar ahora de la ofrenda floral del Real Zaragoza a la Virgen del Pilar llevará a algunos a echarse las manos a la cabeza cuando el milagro, algo en lo que no creo, se da precisamente en la fe de los nativos de esta ciudad y gran parte de Aragón con La Pilarica. Muchos que se declaran no creyentes son absolutamente fieles a este misterio que ha hecho de la romana Caesar Augusta un lugar conocido en todo el mundo y de enorme importancia en el catolicismo. «El Pilar, el Ebro y el Real Zaragoza», tres puntos de partida para una unión de criterio al margen de las diferencias sociales, políticas, de credo o de sexo. Y eso ha llevado a la afición blanquilla a un valor extraordinario capaz de superar este siglo XXI con catorce temporadas en Segunda División, doce de ellas consecutivas, y con el dolor de ver lo más egoísta y mezquino de quienes han comandado este ejército a las derrotas más deshonrosas.

Hace mucho que conocí a Juan Antonio Gracia, capellán del club durante sesenta años, canónigo del Cabildo de Zaragoza, periodista y escritor, que gestionó la época dorada del Real Zaragoza con inteligencia y acierto en esas décadas. Un hombre adelantado a su tiempo, de gran cultura e inteligencia, con el poso de ejecutivos como Julián Díaz o Javier Paricio. Supo negociar, ayudar a las diferentes directivas con los ayuntamientos, ofrecer una imagen de cambio y modernidad desde un deseado segundo plano. Él me dijo un día que le comenté diferentes presiones e injusticias en mi trabajo, hace ya muchos años, que «lo importante es el objetivo, conseguir tu propósito antes de luchar y saber pactar con los amigos de tu enemigo, sin colocarse medallas y desde la discreción más absoluta».

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