El Real Zaragoza empieza perdiendo en seis de las diez jornadas, marca siete de sus 17 goles en superioridad numérica y logra tres de sus cinco victorias, contra Cádiz, Cartagena y Levante, sin incidencias que le favorezcan
En ocasiones basta con mirar al espejo de la realidad para ver reflejados los espejismos. No suele ser el caso del Real Zaragoza, que después de doce años en Segunda y con una venda en los ojos sigue habitando el planeta de los favoritos por el artículo de su historia, de sus títulos, de su cada vez más lejana gloria, de su afición, el gran, vigente y único argumento para ocupar una posición de privilegio en la parrilla de salida de cada temporada, ventaja que se suele diluir en las curvas de noviembre. Cuarto en la clasificación y pendiente de sumar el mayor número de puntos posibles contra Eldense y Castellón antes de la visita del renacido Granada de Fran Escribá, su presente es bastante mejor de lo que dice su plantilla desde su configuración, huérfana de al menos tres futbolistas de calado que solicitó el cuerpo técnico . Han sido suficientes diez encuentros para descubrir que, una vez más, la palabra ascenso ha sido utilizada en vano, en este caso apadrinada por la figura de Víctor Fernández y ese pretérito tan hermoso y recurrente como fuente de iluminación para amenizar el viaje por el túnel de los horrores. La propiedad ha engañado al técnico, que condicionó su continuidad a que le dejarán ser el arquitecto de un equipo fantástico, o se ha dejado engañar con tal de continuar en el candelero o sus informantes en muchos de los fichajes son unos ineptos de cuidado.
La tercera experiencia del fondo de inversión despegó sin medias tintas con el regreso a Primera como obligado destino. La mecha del mensaje se encendió desde todos los rincones del club: presidente, director general, director deportivo y entrenador asumieron ese reto «sin caretas». Las dos victorias a domicilio en Cádiz y Cartagena y el empate en Anduva se festejaron con fuegos artificiales después del triunfo ante el Elche. ¡¡¡Líder!!!, tituló la voluble y cada día menos reflexiva prensa local, dándole a esa posición un baño de oro prematuro y fanático. La portería estaba en manos de Poussin, quien junto a uno de los postes aún tenía la maleta facturada para volver a Francia; no se había fichado el central diferencial que compensara la pérdida de Francés y se zurció la ausencia con Vital y Kosa, ni tampoco, pese al acierto con Keidi Bare, se contrató un pivote que musculara el siempre delicado centro del campo. Con Aketxe se exageró en un papel de crack que jamás le ha correspondido en su carrera, y qué decir de Alberto Marí y Adu Ares, que habían disputado 350 minutos con el Valencia y 353 en el Athletic, respectivamente. Los tres, por el momento, han decepcionado a lo grande por esa magnitud desproporcionada que se les dio. A Bazdar, apuesta de los dueños y con una cierta proyección a largo plazo, se le ha intentado buscar un vínculo futbolístico con Milosevic mientras que Soberón ha sido la gran y agradable sorpresa de un verano con más frío que calor aunque con vuelta y vuelta en la parrilla de la euforia. Femenías, Gori, Calero, Tasende… ¿Mejor vestuario que el curso pasado? Está por demostrarse en el campo. El equipo de Escribá, a estas alturas, era quinto con tres puntos más, 19, y con la portería más segura del torneo, sólo seis tantos encajados.
Ahora que vienen muy mal dadas, con cuatro derrotas en seis encuentros (seis puntos de 18), siete dianas a favor y diez en contra, se confía en que el grueso de las novedades corresponda a las expectativas depositadas. Ahora que a Víctor Fernández se le van de misa muchos feligreses incondicionales antes de que el salmo resuene en su iglesia (Sabed que el Señor es Dios: que él nos hizo y somos suyos, su pueblo y ovejas de su rebaño), se cuestiona si el plan es el adecuado, si las alineaciones podrían ser mejores, si los cambios aportan más o menos, si este conjunto podrá postularse para una plaza de playoff porque el ascenso directo se ha trasformado en una quimera. El tobogán en el que se desplaza el Real Zaragoza circula por los raíles de la fantasía. Hay señales que se pueden interpretar como a uno le convenga, como el de la capacidad de reacción ante la adversidad, el hambre de los inexpertos, la furia ofensiva. Al final, ha habido que acudir a los canteranos Azón, Liso, Pau Sans y Francho para salir de situaciones complicadas. Una inmersión en cómo se ha desarrollado este tramo del campeonato descubre un relato de profunda inconsistencia por falta de calidad física y técnica.
Algunos futbolistas ya venían sombreados por la duda; a otros había que descubrirlos y quedaba por resolver si Víctor estaba capacitado para conducir un vehículo sin piezas importantes. El tiempo va colocando a cada uno en su sitio. De ese tiempo conjugado en futuro aún se puede aspirar a una de las cuatro plazas de promoción siempre y cuando el Real Zaragoza se aclimate a sus virtudes por pocas que sean y su entrenador las explote no en función de sus gustos, sino de las necesidades. La Segunda es una maratón popular que admite algunas sorpresas y alguna reactivación por tardía que parezca, pero se deben respetar sus reglas, una de ellas capital antes o después, la regularidad. El conjunto aragonés ha empezado perdiendo en seis de las diez jornadas; ha marcado siete de sus 17 goles en superioridad numérica y ha logrado tres de sus cinco victorias, contra Cádiz, Cartagena y Levante, sin incidencias que le favorezcan. Son datos que advierten y explican el porqué de muchas cosas, de su arritmia. Si se toma como matriz del éxito eventual de un puesto alto en la tabla, el derrumbe será inevitable. Humildad, mucho más trabajo táctico, un mejor conocimiento del rival, capacidad de estimulación para ampliar el margen de mejora de futbolistas que no están y son imprescindibles harán que ese competitividad tenga fundamento y dependa de factores propios, no del espejo de Clementianna, la madrastra de Blancanieves y patrona del periodismo de más oportunismo que investigación y memo optimismo partidista.