La inanición del club ante la escasa reacción de los estamentos sancionadores por los insultos y vejaciones contra el equipo, Zaragoza y su símbolo más emblemático revelan una propiedad impropia
El Real Zaragoza ha recibido todo tipo de insultos en algunos estadios sin que distintas directivas hayan mostrado contundencia a los estamentos sancionadores para exigir castigos ejemplares. No es algo nuevo. Entre bomberos, entre los integrantes de la Liga de Fútbol Profesional, cuanto menos se pisen la manguera mucho mejor. La LFP redacta informes sobre esos cánticos, los envía a la Federación Española de Fútbol y sus comités o Antiviolencia extienden multas económicas por lo general ridículas o simbólicas. El fútbol, en este sentido, es una cloaca que nadie quiere limpiar por completo. Primero con la erradicación de los grupos ultra, sociedades corrompidas que no pocos equipos patrocinan como parte de los grupos animadores, y segundo con la imposición de sanciones cuya rotundidad promueva a dirigentes y propietarios a frenar en seco este tipo de violencia verbal y ética. Mientras todos los responsables mantengan esa tibieza contra esas manifestaciones vejatorias que no pocas veces contagian a aficionados comunes, la ignominia seguirá siendo una abonada más en los campos. La Comisión Estatal contra la Violencia, la Xenofobia, la Intolerancia en el Deporte del Consejo Superior de Deportes ya han recibido denuncias del sindicato JUPOL, mayoritario en la Policía Nacional…
En dos años se han presentado casi 30 denuncias por el cántico, habitual en El Sadar y el Reale Arena de San Sebastián, de «La Romareda, puta pocilga, donde se juntan Ligallo y Policía. ¡Qué puto olor! ¡Qué porquería! Con una bomba, todo yo lo volaría. Una explosión de Goma 2 y que le den por el culo a Aragón». El pasado fin de semana en la Coruña añadieron la coletilla «esa Coruña que se la goza viendo quemarse a la puta Zaragoza». Por lo general se edulcora la intensidad y el número de participantes en esos coros despreciables, pero la realidad es bien distinta. Por el altavoz se escucha la vertiente más salvaje del ser humano cuando forma parte de la manada, y el Real Zaragoza se ha convertido en víctima recurrente en esa selva incontrolada en puntos muy concretos de la geografía. La exaltación de actos terroristas no vienen solos. La Virgen del Pilar, símbolo emblemático de Aragón y de España, también está en la diana de las bestias, que campan a sus anchas por los insultos indiscriminados, recibiendo regañinas de sus clubes como colaboradores de la barbarie, con la RFEF y la LFP lavándose las manos con papel mojado que a nadie intimida.
¿Dónde están Jorge Mas, los consejeros y propietarios atléticos y el director general, Fernando López, mientras el equipo, la ciudad, la comunidad y la virgen que tanto adoraron en su llegada son pasados a cuchilla? ¿Haciéndose un selfie con Messi? ¿Agitando el árbol institucional y los bolsillos del contribuyente para que toda la fruta caiga en el nuevo estadio invirtiendo lo menos posible? ¿Organizando bonitos y coquetos actos de marketing made in USA o conmemoraciones a medio gas? El mutismo es una de los patrones que caracterizan a la propiedad detrás de una forzada máscara de implicación patriótica y modernidad, pero los silencios en un tema de máxima sensibilidad y perjuicio para su propia afición se trata de un desajuste absoluto del lugar físico y emocional en el que dicen estar y que les causa una enorme pereza encontrar en el mapa de sus responsabilidades. No van a intervenir. Si acaso regalando un jersei navideño con un reno canadiense a los seguidores que más ofensa acumulen durante los desplazamientos esta temporada.