El club concede por primera vez en la historia el puesto de entrenador interino a un técnico sin vínculo alguno anterior con la institución y olvida a su gente
La dimisión de Víctor Fernández ha dejado un vacío en el banquillo del Real Zaragoza que será cubierto este sábado contra el Racing de Ferrol por David Navarro, su segundo hasta que se produjo la marcha del entrenador del barrio Oliver, un cargo al que accedió sin que hubiera una petición expresa del técnico saliente. El puesto, en un principio, es interino y desde el club se argumenta que esta decesión viene condicionada por lo imprevisto de los acontecimientos, la proximidad de un encuentro y el paréntesis que se abre con el parón navideño para contactar sin urgencias con el que será el relevo de Víctor de cara a la segunda vuelta. Se supone, por que ahora mismo no hay nadie más en las oficinas, que la orden proviene del director deportivo, Juan Carlos Cordero. Al margen de los méritos que ha acumulado Navarro en su prolífica carrera en el fútbol regional aragonés y de su cualificación, este movimiento, por muy protocolario que pueda resultar a nivel deportivo, viene a confirmar la falta de sensibilidad y profesionalidad de una propiedad que ni siquiera sabe manejar un contexto muy sencillo de gestionar si se aplican los valores adecuados. Sólo una apuesta firme por su continuidad, que no el caso, justificaría esa resolución.
En primer lugar, el choque ante los gallegos no es un encuentro cualquiera. Es muy probable que La Romareda pida cuentas a los futbolistas después del episodio vivido entre la noche del martes y la mañana del miércoles, un escenario de máxima tensión. Los tres puntos en disputa son también motivo más que suficiente para tomarse el asunto muy en serio. No será lo mismo irse de vacaciones y acudir al mercado invernal con un triunfo que conserve remotas esperanzas que con una nueva decepción que recolocaría el proyecto de la bandeja del ascenso a la de la salvación. Matizadas cuestiones de vital importancia para un equipo descuartizado, no es de recibo que por primera vez en la historia en el banquillo del Real Zaragoza se siente un entrenador que carece de vínculo alguno con la entidad salvo su relación contractual. Andrés Lerín, leyenda de los Alifantes, y Manolo Nieves, portero con 14 años de permanencia en el club y responsable del filial a principios de lo 90, son los únicos precedentes en lo que se refiere ser entrenadores por un día.
A lo de Navarro se le ha dado una carta de normalidad inaceptable, producto del continuo desapego del fondo de inversión hacia las conductas del saber estar, de recompensar, y no por capricho, la fidelidad y la valía de personas que viven el Real Zaragoza como algo propio, que han dejado huella y lo siguen haciendo en diferentes parcelas del club. Este tipo de gestos y no sólo los fuegos artificiales de los momentos festivos son los que distinguen y agigantan el sentimiento de pertenencia a una entidad y un deporte que juegan gran parte de su tiempo en el campo de lo emocional. Lo natural, lo profesional, lo justo hubiese sido que esta jornada Javi Suárez o Emilio Larraz, vigentes y responsables trabajadores del club, hubiesen ocupado la vacante de Víctor Fernández. Pero en esta nave del misterio que desprecia las jerarquías los pilotos carecen de corazón y de categoría.