El día que Belsué también marcó a Seaman… en Wembley

A veces, a menudo, pienso en Alberto Belsué, a quien las generaciones zaragocistas recién horneadas contemplan como delegado de equipo del Real Zaragoza, como un señor que entra en escena para que se mantengan el orden y la paz en el equipo y en el campo. Como si fuera un casco azul… y blanco, claro. En estos días de sombras en los que se anuncia un nuevo sol en el firmamento de las dudas, en este tiempo de espera marcado por agujas con filo de guillotina, apetece evadirse, huir, y qué mejor que planificar un viaje de placer por Belsué, por lo que significa y ya no se explica demasiado bien y por lo que fue sin haber perdido vigencia en la historia del club. Dignifica el cargo que ocupa y lo realiza con profesionalidad, pero se escapa de entre bastidores y se sube al escenario con los actores principales cuando se produce un gol, una victoria, también un contratiempo… Aún no se ha desprendido de su indumentaria de futbolista, y le sienta muy bien porque en la pechera se le distingue mejor que a nadie el escudo del club. Pasan jugadores, entrenadores, directivas junto al abismo y el Flequi mantiene el equilibrio como nadie porque es un ser de otro planeta, de un Real Zaragoza único que se extingue mientras colisiona con otro donde escasea el oxígeno sentimental.

El lateral con alma de interior y corazón de extremo conquistó la Recopa en 1995 en París. Gigi cogió a David Seaman fuera de su jardín, y de poco le sirvió al portero del Arsenal agitar el cazamariposas con el angustioso aleteo de sus brazos. Belsué era y es personalidad, carácter y descaro. Y tenía gol. Marcó en el Camp Nou en un maravilloso partido de Supercopa, en el Calderón en un 0-4 imborrable y también en Anoeta para dar el triunfo al conjunto aragonés. Esos valores encajaban como anillo al dedo en la selección española de Javier Clemente, con la que disputó 17 encuentros. El técnico vasco le reclamó por primera vez en 1994, frente a Dinamarca, en un partido decisivo para la clasificación de la Eurocopa de 1996. Jamás había entrado en citación alguna con las inferiores y fue titular en el Sánchez Pizjuán, en un 3-0 final que catapultó a la Roja hacia Inglaterra y en el que también participó Paquete Higuera saliendo desde el banquillo en lugar de Julio Salinas. Después vendría aquella noche mágica en el Parque de los Príncipes.

Para entender por completo quién era Alberto Belsué hay muchos instantes que lo explican a lo largo de su carrera, pero entre todos, uno le define con pulcra exactitud. En los cuartos de final de la Eurocopa, el pasado día 22 hizo 25 años, España se midió a la Inglaterra de Neville, Pearce, Adams, Gascoigne, Platt, McManaman, Shearer… Se llegó a la tanda penaltis y no pocos futbolistas se arrugaron al elegir Clemente los lanzadores. Belsué no pese a que jamás había asumido esa responsabilidad en citas oficiales. Cogió la pelota con Wembley mostrándole los colmillos, se dirigió hacia el puesto de tiro después de que hubiera fallado Fernando Hierro al disparar al larguero y Stuart Pearce pusiera por delante al combinado de Venables. Estaba enfrente Seamen con el cazamariposas que le había regalado Nayim. ¿Qué ocurrió? La duda ofende. Luego lo estropeó Nadal y se perdió el tren de las semifinales. Hoy Belsué es delegado de equipo, un caballero de la orden zaragocista.

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