Con la llegada de Miguel Ángel Ramírez ha resucitado el viejo fantasma de la modernización de estructuras en el Real Zaragoza. El técnico canario es uno de los muchos defensores de que la tecnología entre de lleno en el trabajo de un equipo de fútbol y aprovechar así nuevos mecanismos de observación, control, corrección, mejora individual y colectiva que de ella se derivan. No se trata de una revolución digital que no lleve años aplicándose ya en varios clubes (no sólo de primer nivel) por mucho que en Zaragoza parezca que estas cosas nos cojan a contrapié o no tengan un valor importante.
Venía a decir hace unos días el nuevo entrenador blanquillo que, en parte, el Real Zaragoza le ha contratado para aprovechar sus conocimientos en estas cuestiones adicionales y complementarias, que necesitan un cierto reposo en la implementación, y cuyos resultados más apreciables no habitan en el corto plazo.
Ramírez parece un tipo con un discurso limpio, frontal, reposado y coherente. Eso, en el día a día, ya lo agradecen los jugadores enormemente. Es una información que salta rápido al entorno y que transmite una buena imagen del míster en el plano personal. ¿Solo en este ámbito? Se entiende que no. Se entiende que el propósito del preparador, a través de la consideración del futbolista como algo más que un ejecutor de planteamientos o desarrollador de talento, es conseguir una mejora profesional, deportiva o de rendimiento que incida en su crecimiento y, por tanto, en la contribución al desempeño global.
Magnífico. A todos nos vienen rápido a la cabeza entrenadores de primer nivel que cuidan mucho este aspecto psicológico. Cuestión que incluso hace germinar en ocasiones un sentimiento de admiración hacia el guía. Quizá sea pronto para afirmar que esto esté sucediendo aquí.
Claro que Miguel Ángel Ramírez, con el que el equipo aragonés ha sumado una derrota en un partido digno en Elche; un empate al mejorar tras el descanso un primer tiempo flojísimo ante el Tenerife, y una victoria con mucha rasmia y cierto brillo en Málaga, ha de saber en qué contexto se mueve: el de un club que lleva doce años en Segunda División para tremendo disgusto de su gente. Únicamente aceptando ese dramón general se entiende que el técnico no cogiera las maletas para el archipiélago cuando en su estreno en La Romareda hubo quien le gritó que se fuera ya, en el episodio sin duda más surrealista que habrá tenido que vivir este hombre con un balón cerca.
El entrenador canario, que desprende una imagen simpática y bonachona, sabe que cualquier dimensión de su mensaje, en cualquier terreno que pise, tiene que llevar cosida la urgencia de puntuar mucho y bien. Y decirlo bien alto. Para que le oigan todos los seguidores, los que gritaron lo de “vete ya” y los que no; los histriónicos y los más pacientes; los esperanzados y los escépticos.
Ramírez sabrá con detalle lo que la entidad le ha pedido, pero cuando hable para el pueblo no debe olvidar el mantra de la ambición y de seguir soñando con el ascenso. ¿Con drones? Perfecto, pero que sean drones pilotados por puntos.