Después de cinco partidos he perdido casi toda la ilusión que tenía de que Miguel Ángel Ramírez pudiera conducir al equipo al ascenso de categoría. Y no solo por los cinco puntos de 15 posibles que ha sumado el Zaragoza a las órdenes del técnico canario. Más bien por la cantidad de minutos y acciones desconcertantes que sigue dejando el conjunto aragonés como legado negativo de sus encuentros.
Si bien uno se ilusiona con la vuelta de Bazdar, con la mayor presencia de Pau Sans en el once, con la llegada de un centrocampista que puede dar tanto como Guti, con un “cinco” que todo lo barre como Arriaga… la realidad te devuelve enseguida a la sensación, por no decir la convicción, de que el conjunto blanquillo sumará una campaña más en el fútbol de plata.
La ciencia no me ayuda a explicarlo. Tiro más bien de la sucesión de hechos poco esperanzadores. En primer lugar, la impresión de que todos los equipos son iguales si no mejores que tú. Ejemplos: llega el Tenerife siendo último y te domina muchos minutos. Al final, un arreón mágico evita la desolación. Con el Cádiz, también en casa, empatas pero constatas que ellos han tenido mejores ocasiones. Llegas a Albacete y achuchas bastante en la primera parte, pero después te meten dos goles, uno difícil de entender y el otro inexplicable. Rescatar la victoria en Málaga no es suficiente.
Jugar con tres centrales es una opción más del fútbol. Como dice el propio Ramírez, el diseño de las fichas de la pizarra lo hacen mejor o peor los comportamientos de los futbolistas. Estoy convencido de que en el primer tanto recibido el viernes, el míster espera que alguno de los “troncos” plantados en el eje salten al chico que dispara después de haberse caído. Y en el segundo, está seguro de que el Alba ha pedido barrera y que Poussin está tranquilo por eso. Pero está visto que no se puede fiar, que la pifia está al acecho siempre.
También me extrañó que el entrenador canario dijera que estamos a la misma distancia de la promoción de ascenso que del descenso. ¿Qué buscó con ese mensaje? Si era decir que aún se puede llegar arriba no convence. Y si era quitar miedo a un posible descalabro en la clasificación, pues casi que está fuera de lugar.
Decía que he perdido casi toda la ilusión porque nos queda ver el efecto de la incorporación de Guti y qué puede salir de su interacción con Bare, Arriaga o Francho. A Moya ni lo nombro porque la calidad que tiene se queda muy pequeña en comparación con la impresión de estar en otro planeta, de no vivir con pasión lo que hace.
Y en ataque, cabe esperar que Bazdar se vuelva a entonar, ver qué rendimiento es capaz de protagonizar Dani Gómez y, sobre todo, saber si Soberón puede seguir jugando al fútbol de élite, si no es que se ha fugado al Caribe y nos ha dejado aquí a su hermano gemelo en barbecho hasta junio.
Por eso ruego encarecidamente a Ramírez que exprima todo lo que pueda la plantilla, pero que empiece a pensar en la próxima temporada. Que se obtenga la salvación cuanto antes para cuidar el corazón de la afición, pero que dedique ya horas a trabajar en el próximo proyecto. Este, o mucho me equivoco, o está ya finiquitado.
Enteramente de acuerdo con su acertado análisis.