Escuchaba la rueda de prensa de Gabi Fernández, el cuarto y esperemos que último entrenador del Zaragoza en esta temporada, y me acordaba de la llegada de Diego Pablo Simeone al Atlético de Madrid. En aquel entonces, yo tenía un prejuicio sobre el técnico argentino: solo por haber representado un carácter guerrero en el campo, por ser un líder que dinamiza todo lo que le rodea, no creía que fuera a triunfar en el Atlético. Es cierto que ya había trabajado en varios equipos de su país e incluso hizo campeón a Estudiantes y River. Pero a pesar de ese aval, nada desdeñable, lo veía verde para triunfar en el fútbol europeo. Evidentemente, me equivoqué de largo.
Simeone aterrizó en el Calderón con 41 años, los mismos con los que Gabi llega a La Romareda. Elegante en su presentación como quien luce un traje de Emidio Tucci seguro de su percha, el madrileño se ha traído cuatro colaboradores para cubrir las áreas tradicionales (segundo técnico, preparador físico, entrenador de porteros) y la de analista. Por dinero será, habrá pensado el presidente Jorge Mas. Se marcha la corte de MAR y viene el ejército de tierra y antes Navarro y Víctor. Y ahora también Insausti, daño colateral después de 15 años de servicio blanquillo en el pulido de guardametas.
No puedo evitar pensar que el reto le llega muy pronto, por más que en su primera aparición pública haya personificado una seguridad apabullante. Me acuerdo de los enamorados de la dialéctica de Víctor, a muchos de los cuales también les impresionó David Navarro y su exaltación heráldica; así como de aquellos que creímos ver en MAR el profesor noruego que nos iba a volver del revés un club anquilosado.
Nos pasa a muchos periodistas, en un pecado de juventud que se eterniza, que elevamos cuatro frases a los altares y nos lanzamos a concentrarlas en tuits que buscan likes de los aficionados, congraciarse con estos o simplemente vender algún ejemplar más de la hoja parroquial. También los hay de corazón verdadero, que quieren creer que esas loas precipitadas van a llamar al buen tiempo.
Ha sido divertido escuchar algunas de las expresiones de Gabi e imaginarlas con la voz de Simeone, es decir, en ese castellano conquistador por cantarín que gastan muchos argentinos. Por ejemplo, esa de que le ha gustado ver a los jugadores “con las orejas tiesas ante el entrenador”. Espartanos, listos que ya estoy aquí. O la de “yo me como toda la mierda”, que suena fea aunque muy reveladora de intenciones.
Yo lo que espero que tenga claro el tigre de Chamberí es que carece de tiempo para aplicar más allá de cuatro conceptos básicos. Que vale más que se parezca a David Vidal que a Guardiola. Bueno, que ha dicho que no es Guardiola, algo que ya suponíamos pero que en este caso puede venirnos bien. Porque tiene que levantar un muerto en 11 jornadas.
Lo mismo que me colé con el Cholo, espero colarme ahora.