Mientras el Real Zaragoza conseguía la victoria el 10 de mayo de 1995 en el Parque de los Príncipes de París con más de diecisiete mil aficionados desplazados a la capital francesa, el Cartagena Fútbol Club tomaba el relevo del extinto Cartagena Club de Fútbol adquiriendo una plaza en Regional Preferente. Su población era entonces de 180.000 habitantes y su estadio, el Cartagonova, tenía ya una capacidad de 14.500 espectadores. Estuvo a punto de desaparecer a principios de este siglo pero ascendió en 2009 a Segunda División por primera vez en su historia ocupando para esta nueva etapa el banquillo del club murciano Juan Ignacio Martínez, viejo amigo zaragocista.
Cuando pienso que está a punto de cumplirse el trigésimo aniversario del mayor triunfo del Real Zaragoza en su historia se me ponen los pelos de punta; había transmitido ya tres finales de Copa del Rey y el pasado reciente del club era tan espectacular como exitoso, hacía once años que era la voz aragonesa de «Carrusel Deportivo», presentaba con mi padre «Estudio de Guardia Deportivo», tenía una empresa de comunicación, firmaba una página quincenal en «Equipo» y veía crecer a mi hijo de dos años y medio junto a mi mujer, en un entorno de felicidad que parecía infinita. Y tenía treinta años menos, es decir, toda la vida por delante para disfrutar de mi profesión y de mi entorno.
El cambio de milenio significó el comienzo de la destrucción de lo que fue un club histórico para convertirse en pasto de empresarios, entidades financieras, constructores, medios de comunicación y políticos de diferentes partidos. Se terminó vendiendo la propiedad a inversores de diferente pelaje con intereses distintos excepto la construcción del nuevo estadio. Lo que está claro es que el domingo será la última vez que se enfrenten en cualquier categoría el Real Zaragoza y el FC Cartagena en La Romareda. Ser periodista, contar las cosas que pasan y hasta opinar bajo el punto de vista más imparcial es lo que tiene: si tu referencia fracasa el motivo de tu relato también aunque consigas el éxito en otras alternativas. Y de estar en la proa de un barco ateniense en la Guerra del Peloponeso escribiendo las victorias de Milciades se pasa a seguir redactando, en este caso derrotas, en las bodegas de los «pentecópteros» áticos con el general Conón en Egospótamos. Eso sí, orgulloso de tu trabajo pese al fracaso de los que son el motivo de tu relato que, pese a todo, también será histórico e inolvidable.