‘Nadalia’ Chueca

Príncipes de Paris ha considerado oportuno rescatar este artículo de opinión del psicólogo y escritor José Mendi, habitual colaborador de el Periódico de Aragón y en alguna ocasión de este propio blog, texto que figura en la edición de papel de diario pero que fue suprimido de la página web por la presión ejercida desde el Partido Popular al considerar «machista» el perfil laboral que realiza el autor de Natalia Chueca, alcaldesa de Zaragoza, cuando lo que valora es la gestión de la regidora. «No tiene problemas en construir un rascacielos en Vía Hispanidad, subastando suelo público para pagar una nueva Romareda que iba a salir gratis», escribe Mendi, que además cuestiona con respeto e ironía la labor «hueca» en general de Chueca al frente del consistorio. La desmesurada y cortijera reacción de la política y del presidente del Gobierno, Jorge Azcón, en sus redes sociales a la que se ha plegado el medio de comunicación con la autocensura sugerida del artículo en su plataforma digital supone un golpe bajo al derecho a la libertad de expresión.  

Las personas vacías lo llenan todo. Viven de la excitación como una forma de ocultar su inhibición. La vacuidad es un sentimiento que inunda la existencia de quienes lo sufren y agota la paciencia de los que están en su radio de acción. En las relaciones sociales, nos hartamos con facilidad pero nos vaciamos con agonía. Nos comportamos como obsesos del calor humano. En cambio, la gelidez nos convierte en obesos de soledad. Estamos saturados de estímulos, pero hambrientos de respuestas. Las personas a las que nada les llena lo acaparan todo. En estos individuos, las leyes de la psicología rompen los principios de la física ya que el vacío se incrementa, en la medida que crece la ingesta. Estos sujetos vacuos son fuegos fatuos de personalidad. La otra paradoja de los humanos carentes de atmósfera, es que resuenan con estruendo a pesar de no existir más gravedad que la de su gesto interior.

El vacío emocional se sustenta en cuatro pilares: el aburrimiento, la apatía, la tristeza y la vergüenza. Este cuadrilátero de la nada es desolador. En Aragón, si nos preguntan cómo estamos de ánimo, respondemos de una manera que no admite interpretación: bien, pero mal. Esta sentencia somarda sirve tanto para resumir las conclusiones sobre el sentido de la vida, como el sinsentido de un Real Zaragoza que duele más cada nuevo 10 de mayo. El relato en consulta de personas vacías pertenece más al terreno de las vivencias que al de las patologías. La gravedad se alimenta de una percepción de invisibilidad propia que empuja a la persona por un tobogán, camino de la perdición, hasta desembocar en depresión. Es aquí donde comienza el psicólogo profesional y termina el confidente. Porque es mejor sentir dolor, que vivir dolorido sin malestar. Es la diferencia entre la vida (curación) o la muerte (suicidio).

Debemos diferenciar a las personas vacías de las huecas. A las primeras les dirige un cerebro en ebullición que siente la nada en su cuerpo. En cambio, los sujetos huecos se inflaman de artificialidad para camuflar una materia gris de tono vainilla. El dramaturgo francés Alejandro Dumas, decía que las personas huecas son como los cántaros, hacen más ruido cuanto más vacíos están. A lo hecho, pecho, es un refrán que utilizamos para recoger el cubata que nos guardaban tras hacer el ridículo. El “pechismo” se mueve entre la arrogancia, el desafío y el machismo. En la niñez vimos en TVE la serie japonesa de animación Mazinger Z, que se estrenó a la vez que nuestra Constitución. Recordamos a la seductora Afrodita lanzando misiles, desde sus glándulas mamarias, mientras gritaba: “pechos fuera”. Una encuesta sin rigor, hecha a viejales, reveló que la gran mayoría había escuchado esa frase. Pues bien, nunca, en ningún capítulo, se dijo. La mezcla de “puños fuera” y “fuego de pecho” creó el mito que forja esta leyenda urbana de la saga.

En política, las actitudes huecas suplen con gestos homeopáticos la falta de ideas. Feijóo retumba en soledad y se desfonda en un pozo al que lanzan monedas sus intereses afines. Por su parte, los ultras amigos de Azcón quieren poner en Aragón una central nuclear. Los extremistas de la derecha excavan su oquedad con los ecos arancelarios de Trump. Quizás les pueda ayudar la primatóloga Jane Goodall, que estuvo en España defendiendo a los simios. Pero ¿entran en esta categoría los orangutanes unicelulares?

En Zaragoza, Chueca hace una política clueca que se hincha con levadura de merengue político. Su incapacidad es “Vox pupila” en la ciudad. Amenaza la integridad de La Lonja, mientras descuida restos de posible interés en el colegio Jesús y María. En cambio, no tiene problemas en construir un rascacielos en Vía Hispanidad, subastando suelo público para pagar una nueva Romareda que iba a salir gratis. Las Zonas Jóvenes peligran porque la regidora está más preocupada por flores, festejos de primavera-verano y adornos del puente de Piedra. Pero los barrios se quedan tan vacíos como unos Pinares de Venecia sin zonas verdes. Lo que no se atreve a talar es el monumento a la legión, de rancio abolengo franquista, que preside a ratos el golpista Millán Astray. El solar de su falta de luces políticas lo suple poniendo las bombillas navideñas antes de las fiestas del Pilar. Supongo que en el puente de agosto tomaremos vino caliente junto a la pista de hielo. Al menos, la fusión pilarista con los turrones nos permitirá desear feliz “Pilaridad” y próspero San Valero nuevo. La alcaldesa de la nada, entre vacía y hueca, es Nadalia Chueca.

José Mendi / Psicólogo y escritor

 

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