¡Qué buenos son, que nos llevan de excursión!

Un gol en propia meta del Deportivo zanja la continuidad en Segunda de un Real Zaragoza de nuevo penoso en el adiós de La Romareda, condenado por la autocensura como fatal demostración de amor y bajo llave de los fenicios

¿Salvación? ¿Qué salvación? El Real Zaragoza ganó al Deportivo con una victoria de cortesía (un gol en propia meta de los gallegos, más que suficiente además por el empate del Eldense con el Racing) y evitó el descenso a Primera RFEF sin apurar a Castalia, hazaña que compartió con una pomposa y premeditada puesta en escena para despedir a lo que queda de La Romareda con una fraudulenta llamada a la gloria. Ni la permanencia, ni ese lleno, ni el rosario de actos, ni las emociones que se diseminaron por la grada tuvieron el mínimo parentesco con el auténtico significado de este club. La afición estaba angustiada y se comprenden sus reacciones. A partir de ahí, de ese desahogo y un tímida solicitud de dimensión a la directiva fantasma, nada de lo que sucedió puede emparentarse con el pasado ni con el principio de un nuevo amanecer que no sea un campo de cinco estrellas tras el correspondiente exilio al modular, un edificio que apunta a la necesaria modernidad y al progreso del bolsillo del fondo de inversión que gestiona la operación. ¿Pero de qué se ha salvado en verdad el Real Zaragoza? Sigue en Segunda por 13ª temporada consecutiva, reptando por todo tipo de miserias, a la espera de escuchar de nuevo este verano de sus feriantes «¡Qué alegría, qué alboroto, otro perrito piloto»!, reclamo de otro embustero proyecto de ascenso dirigido al corazón de una hinchada que aun consciente del fraude quiere soñar. Es lo único que le queda, sumergirse en la ingenuidad consciente y dolorosa, en una esperanza a la que se aferra sin más argumento que un acto de fe.

¡Qué buenos son, que nos llevan de excursión!, habrá que cantarles a los hermanos atléticos. La conformidad por desgaste de la mayoría de la gente y la autocensura general como falsa y fatal declaración de amor al club castigan al Real Zaragoza a la enésima condena bajo llave de los fenicios. La permisividad y la complicidad, por supuesto política, han reducido la institución a escombros. Me niego porque además me resulta imposible a buscar un punto coincidente con este equipo y el que conocí. Llevan el mismo nombre y apellido, idéntica camiseta, bandera, escudo e himno, pero el actual es un impostor que ha dispuesto de los personajes y del tiempo suficiente para presentarse como legítimo heredero. Se ha traicionando al fútbol como espectáculo, en ocasiones próximo a la expresión artística; se ha perdido por completo el contacto con la élite en un proceso demoledor de deterioro deportivo, de incultura y de incapacidades profesionales en todas las áreas con la excusa de la dura situación económica. Y ahora que los magnates anuncian el florecimiento, resulta que el equipo acaba de evitar la mayor catástrofe de su historia. Mientras, los bailes de disfraces como el de esta tarde no son más que maniobras de manipulación, de distracción. Ni siquiera La Romareda ha sido La Romareda, la que incluía al Gol Sur, sino una melancolía de hormigón agonizante, ataviado de tifos y cánticos pero desnudo de la euforia de la grandeza y sordo de los ecos de admiración que originaban las estrellas.

La poesía no tiene cabida, ni derecho a reclamo alguno, después de esta salvación. Tampoco pueden ocupar localidad los elogios a un solo futbolista, a un solo entrenador, a un solo cargo. El Real Zaragoza ha terminado en manos de grandes depredadores financieros como presa de la cadena alimenticia de un deporte que hace décadas que se administra fuera del ágora popular por individuos con alma de alimaña. Esta temporada no es una lección, sino la suma de la desidia, el abandono, la decadencia y la ignorancia de quienes van continuar regentando el destino de un club que, aunque sea suyo aun en su versión más irreconocible por desfigurada, representa a una ciudad, a una tradición y a una forma de entender la vida desde el más puro de los sentimientos. Tan incondicional que duele y se paga. Contra todos esos valores se ha cometido alta traición. Así que la salvación no consiste en eludir el descenso a Primera RFEF dentro de una celebración con mucho de postiza, sino en resucitar a aquel Real Zaragoza de Primera y desterrar a este engendro. A partir de mañana saldrán nombres de director deportivo, de renovados, de jugadores que interesan y no… Seguramente para cimentar otra gloriosa salvación bajo el lema ‘Sí se pude’ o ‘Es Posible’ y el bautizo a bombo y platillo del campo modular mientras la Ciudad Deportiva se pudre en el olvido y las promesas huecas. Lo siento por Reija, por Canario, uilizados vilmente. Qué lástima por Francho, que anunció su renovación micrófono en mano como colofón a esta rústica verbena. Y la próxima jornada, una paellita en Castellón con el violinista.

Zaragoza: Poussin; Luna (Calero, m.77), Jair, Vital, Tasende (Clemente, m.46); Guti (Moya, m.88), Arriaga, Francho; Pau Sans (Bazdar, m.88), Adu Ares (Liso, m.65), Dani Gómez (Soberón, m.65).

Deportivo: Germán Parreño; Petxarroman, Pablo Vázquez, Jaime (Tosic, m.83), Obrador (Escudero, m.63); Villares, Patiño (Gauto, m.86); Guerrero (Yeremay, m.63), Mario Soriano, Diego Gómez (Cristian Herrer, m.75); Bouldini (Kevin, m.75).

Gol: 1-0, m.56: Patiño, en propia meta.

Árbitro:  Mallo Fernández (C. castellano-leonés). Amonestó a Jaime (m.15) en el Deportivo y Adu Ares (m.43), Pau Sans (m.50), Soberón (m.68) y Luna (m.73) en el Zaragoza.

Incidencias: Partido de la 41ª jornada de Segunda División disputado en La Romareda ante 20.007 espectadores

 

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