Txema Indias, el ojo clínico

El nuevo director deportivo, que ha firmado por dos temporadas, se considera un profesional algo chapado a la antigua que se fía sobre todo de su instinto y del trato personal con el jugador

Txema Indias soñó con jugar en la Real Sociedad, porque lo que de verdad quería era ser futbolista profesional. En Lasarte, de niño, miraba entrenar con admiración a Satrústegui, Idígoras, López Ufarte, Arconada, Perico Alonso… Con Alberto Ormaetxea dirigiendo aquella escuela de gladiadores. El mejor equipo que jamás se ha visto en Donostia, campeón de Liga en dos ocasiones en los albores de los años ochenta, un bloque con talento y fiereza defensiva que hacía de su estadio, el viejo y desaparecido Atocha, una pesadilla para sus rivales. Su talento no pasó de Segunda B, categoría que recorrió de norte a sur, del Jaén al Novelda con parada en el Atlético de Madrid B, donde coincidió con el consejero zaragocista Mariano Aguilar, con quien guarda una estrecha amistad que le ha ayudado a ser el elegido para firmar como director deportivo del Real Zaragoza para las dos próximas temporadas. Lo que de verdad ha pesado en la selección ha sido el trabajo de Indias en el Leganés, su hogar durante una década en la que consiguió que el equipo de Madrid lograra dos ascensos con dos propiedades distintas. Perfecto conocedor de los pasillos de este deporte, sabía que un día se acabaría la idílica relación que mantenía con Butarque desde 2015, como ha ocurrido no sin un complicado acuerdo para definir la cantidad de su indemnización.

Después de tres meses sin nadie en el despacho, Txema Indias entrará por una puerta caliente, por la que han salido nada bien parados los últimos directores deportivos, sobre todo Juan Carlos Cordero, otro ejecutivo que se presentó con fama y cierto prestigio y que acabó en la hoguera de un club que transita entre las llamas desde hace un lustro. Siempre con presupuestos modestos en relación a los grandes transatlánticos de Primera, en su currículum destaca su capacidad intuitiva para hallar jugadores que se adapten al ecosistema que le solicite el entrenador de turno. Con Asier Garitano halló un sintonía casi perfecta, basada en respetar el vestuario, sin ningún animo intervencionista en las funciones de los técnicos. Se define como un ejecutivo algo chapado a la antigua aunque sin desatender las herramientas y avances tecnológicos que el fútbol le ofrece para peinar los diferentes mercados, entre ellos el vasco, al que recurre con asiduidad. Indias, sobre todo, se fía de su intuición, del ojo clínico. Por mucho material que obtenga de un futbolista, profundiza en la faceta humana, en el trato directo, en lo que le dicta el olfato después de que el elegido haya pasado todos los filtros. En el día a día, impone la cercanía, sin establecer jerarquías con el personal del club. «Tenemos tanta información que a veces nos volvemos locos y nos olvidamos de lo prioritario y de lo esencial que hemos hecho desde el inicio. Intento actualizarme, pero cada vez que firmas a un jugador para mí lo principal es el ojo clínico», dijo en una entrevista para definirse.

Como todo profesional que se encarga de esta área tan resbaladiza, su trayectoria irradia luces y sombras. Ha tenido momentos de máxima lucidez en el Leganés, donde llegó después de una buena experiencia en el Roquetas y un paso más efímero por el Toledo, pero también algunos costalazos. Entre sus mejores contrataciones destacan las de Youssef En-Nesyri, Dimitrios Siovas, Gabriel Appelt Pires, Martin Braithwaite y el exzaragocista Diego Rico, quienes dejaron un buen puñado de millones cuando fueron traspasados. El más llamativo de sus errores fue la contratación de Sébastien Haller, internacional costamarfileño que llegó sobre la bocina del mercado del pasado verano cedido por el Borussia Dortmund. Superó un cáncer testicular, se proclamó campeón de la Copa África y disputó la final de la Champions frente al Madrid. El delantero alcanzó a jugar tan sólo nueve partidos oficiales con el Leganés y se rompió la cesión con el club alemán.

Indias no deja de subrayar que le hubiese gustado disfrutar en la élite, con el balón en los pies, en la Real Sociedad, porque como director deportivo sufre a cada instante, con la mente puesta en su trabajo, sin tiempo para compartir ni detenerse en las alegrías. En el Real Zaragoza afronta su segunda gran experiencia profesional. Con su ojo clínico, en una plaza donde sufrir es lo habitual, para construir un equipo que se reinventa y revienta todas las temporadas.

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