El Real Zaragoza, comprobado su nivel de medianía individual, queda por completo en manos de su entrenador para explotar con coherencia todas las aristas colectivas y evitar otra temporada de pánico
Gabi Fernández, con cinco jornadas ya consumidas, cree que el ciclo de formación sigue vigente y que el Real Zaragoza no ha cerrado su círculo de máximo rendimiento. Algo de razón tiene. La mitad de la plantilla continúa fuera de forma, un rémora de la mala gestión de Txema Indias en el mercado de verano, y por la enfermería no dejan de pasar jugadores con dolencias más o menos importantes que han condicionado alineaciones al margen de que el técnico no haya estado demasiado acertado con la elección de los protagonistas y de las tácticas, con un plan demasiado elemental que los rivales han ido desflecando sin grandes esfuerzos. A la espera de esa hipotética mejora, con la biografía de los jugadores en la mano y, sobre todo, con el rendimiento que han ofrecido hasta el momento en el campo, no hace falta ser un lince para saber que Dani Gómez no marcará 15 goles ni Akouokou dará media docena de asistencias. Por mencionar dos futbolistas que han destacado sobre el resto junto a Saidu, una sensación sobredimensionada por su excelente comportamiento y por la necesidad de hallar luz en un callejón sembrado de sombras.
El entrenador pide tiempo y paciencia y se siente satisfecho con las sensaciones, ese intangible que se utiliza cuando los resultados amenazan con tormentas eléctricas. Carlos Pomares ha comentando esta mañana que, mire usted, los equipos recién ascendidos que se han cruzado en las primeros jornadas del campeonato son complicados porque vienen fuertes de moral y con un bloque hecho, y que la temporada es muy larga como para hablar de debacle a estas alturas. Su comparecencia por sorpresa ha rellenado el día, pero su discurso confirma que las excusas son como el culo, Taylor. Todo el mundo tiene una. Según la percepción del lateral, que nadie espere demasiado en la visita del próximo domingo a Ceuta, un partido cuyo desenlace final tampoco parece alterar el pulso del técnico. Con Nayim homenajeado por dos clubes que lleva en el corazón, una nueva semana sin victorias dibujaría un panorama como mínimo alarmante, porque la cuestión es que el Real Zaragoza sigue integrado por medianías individuales que por sí solas no van a corregir rumbo alguno. Ganar en el Estadio Alfonso Murube debería asumirse como una responsabilidad urgente no para sacar pecho, sino para empezar a construir un escudo contra el pánico. Y ahí aparece de nuevo Gabi como principal elemento corrector.
Todos en la entidad han asumido que quieren cerrar el curso con un aprobado justo o raspado pese a contar con nóminas lujosas para Segunda, un detalle desconcertante. Los primeros días de clase le tienen castigado contra la pared, en zona de descenso y tres goles a favor, la cifra más baja de la categoría. Y con la mayoría de los libros sin abrir, entre ellos el qué hacer con la pelota y cómo atacar con variedad de recursos. Asignaturas elementales incluso para un vestuario de vuelo bajo. La imagen que se está ofreciendo no se corresponde en absoluto con la de un bloque competitivo como dice la versión oficial, que también apunta a una muy cuestionable teoría de que hay mejor plantel que la campaña pasada. La estampa es la de un equipo desorientado, estrecho de imaginación y corto de prestaciones ofensivas, sostenido a duras penas por los tentáculos de Akouokou, la frescura de Saidu y las correrías de Dani Gómez mientras se suspira profundamente por un central de cuajo, un centrocampista que ensamble con sello diferencial la medular con el ataque y, sí, un delantero que delante de la portería sepa lo que hacer.
Como estas últimas peticiones pertenecen a la utopía, el camino conduce al entrenador, sin duda superado por las circunstancias con mayor o menor grado de responsabilidad. La clave de que el Real Zaragoza avance hacia un año sin sobresaltos la tiene Gabi Fernández, forzado a una relectura del estado de las cosas y de sus chicos para explotar con coherencia todas las aristas colectivas, con especial énfasis en darle al juego mucha más vitalidad y verticalidad a través del balón y soltar el corsé que estrangula las iniciativas y favorece el pavor a aventurarse a otra función que no sea defender con el hacha entre los dientes. No es un equipo, porque así o han querido él mismo y el director deportivo, para provocar desmayos de enamoramiento, pero sí con capacidades para lograr la permanencia una vez más incentivando que el profesional 5 sea un 7. Pero, claro, ¿tiene Gabi esa llave y sabe echar esas cuentas motivacionales?