He citado varias veces a Alejandro Jodorowsky, escritor y cineasta, que ha cumplido ya los 96 años y del que soy seguidor. Nacionalizado francés es de ascendencia judía ucraniana y además de sus filosóficas reflexiones profundas por las emociones humanas ha sido también mimo, poeta, psicomago y tarotista. Destrozó un piano en un programa de TV en directo e intentó entrevistar a una vaca durante su estancia en México en un mismo show. Ha hecho en su complicada vida lo que le ha dado la gana y ahora no le importa en absoluto lo que digan de él, más aún, disfruta de las críticas más mordaces.
Su frase más profunda para mí es ésta, «Hay una cosa peor que la muerte: el miedo a morir». De hecho le viene como anillo al dedo a la afición del Real Zaragoza esta categórica afirmación. Es muy posible que se produzca el adiós del club con todo lo que aporta, por ejemplo, el recuerdo inmortal de «algo que fue, pudo ser, pero ya jamás será». Nada más expirar y mucho más en nuestra ciudad, se convertirá en una inspiración histórica y sus trofeos serán venerados en algún espacio público. Como los muertos, pocas veces reconocidos en vida y de los que todos hablan bien desde ese momento. Pero la evolución de la angustia, de la agonía, del estertor, es peor por la convicción de que ya todo ha terminado y el terror provoca espasmos en el cuerpo del moribundo.
Parece que gran parte de los seguidores zaragocistas asume el proceso de finalización del club, convirtiéndose en un filial de una SAD más poderosa en Madrid y con una reciente inyección económica extraordinaria, o creándose un novel equipo capaz de arrancar la fe perdida de los más jóvenes unos años después de su constitución y después del Mundial marroquí. Es posible que coincida dentro de unos años con la constitución de una superliga internacional o que se disputen torneos de élite de varios meses en Arabia Saudí o los Estados Unidos. Convirtiéndose entonces las ligas nacionales en pozos de fútbol sin calidad y donde sus grandes estadios sean puntos de encuentro de actividades artísticas, musicales, circenses o lugares dedicados a costumbres religiosas de otros continentes.
Yo sé, desde que tengo uso de razón, que soy mortal y que mi experiencia vital concluirá tarde o temprano. Incluso puedo llegar a desearlo en según qué circunstancias y ponerle punto final si lo considero necesario para evitar mi sufrimiento y el de mi gente. Pero efectivamente, el miedo a morir y el dolor que puedes sentir hasta que tu cuerpo sea un montón de huesos, piel, tripas, grasa y carnes es mucho peor que dejar de existir. Y ese es el proceso actual del zaragocismo que camina de forma irreversible, al final de su vida.

