Victorias en cuarentena

La resistencia y la épica han presidido dos triunfos vitales contra Huesca y Éibar de un Real Zaragoza pendiente de ingentes mejoras y lastimado por los boquetes de una plantilla que debería reforzarse en puestos capitales

La hazaña en Ipurua emocionó al corazón más gélido. Fue uno de esos triunfos que escalan a la cima de la satisfacción y permanecen disfrutando del paisaje, del esfuerzo y las dificultades superadas para hoyar tres puntos vitales que muestran la salvación no tan imposible. Esa cumbre está todavía a miles de kilómetros aunque la euforia invite al espejismo de una tramposa proximidad. Cómo se ganó al Éibar y cómo gestionaron jugadores y entrenador la lesión de Insúa, el gol de Nolaskoain y la expulsión de Saidu exaltan con justicia el valor de lo conseguido. Sin embargo, una vez descorchado el entusiasmo conviene ponerlo a enfriar. Primero por lo que dice la clasificación, que no lo cuenta todo pero nunca engaña, y segundo porque el Real Zaragoza no es un equipo que se pueda permitir festejos más allá de cada jornada positiva. El engarce con la anterior victoria frente al Huesca ha alimentado la confianza y la fe en el trabajo de un entrenador que con un grano intenta hacer granero. La resistencia ante los altoaragoneses y la épica contra los armeros fueron los principales argumentos de un conjunto que por decisión y obligación ha aumentado sus prestaciones defensivas, en ambos casos lastimado por los boquetes de una plantilla que debería reforzarse en puestos capitales, con mayor incidencia en el eje de la retaguardia. Tampoco en ataque, aun con dos delanteros de salida, ha ido sobrado en la consecución de este par de alegrías. Aguirregabiria marcó desde otra galaxia un tanto de otro planeta, Soberón lo hizo de penalti y el culo de Bakis colaboró a que el tiro de Moya entrara en la portería de Magunagoitia. En este sentido, el ofensivo, hay que diferenciar el contexto de una y otra cita, la segunda condicionada al jugar con uno menos y reservar las energías para contener la avalancha de los vascos

El Real Zaragoza necesita todavía ingentes mejoras estructurales que sólo puede dárselas el mercado de invierno, con el peligro de que será Txema Indias, el arquitecto del desastre, quien asumirá la reconstrucción de un puente de máxima inestabilidad por utilizarse materiales de segundo mano en verano. En estos últimos partidos ha ofrecido ligeros signos futbolísticos, imposibles de localizar en la era Gabi y en las primeros ensayos de un Rubén Sellés aún bajos los efectos del jet lag de su viaje del fútbol inglés a un club español de primer orden despeñándose hacia el fútbol amateur. Los planteamientos son más agresivos, se discute bien por las segundas jugadas y la pelota circula, no demasiado, con algo más de sentido y velocidad. El técnico valenciano se ha decantado por la experiencia para trazar un itinerario largo y tortuoso, coartado un grupo cuyo inquietante estado físico tiene encendidas las alarmas en partidos y entrenamientos. Entre las buenas noticias individuales está el regreso de Keidi Bare dando equilibrio al centro del campo, la exhibición corporativa de Kenan Kodro en Ipurua antes y después de la segunda amarilla a Saidu y le generosidad de Valery, evolucionando lento pero seguro hacia el protagonismo que le corresponde. Francho resulta más productivo liberado del mediocentro y con campo para correr y cómo obviar a Andrada, majestuoso este fin de semana. En el caso del argentino, impasible frente al pelotón de fusilamiento incluso desde los once metros y astuto en las artimañas de las pérdidas de tiempo, habrá que contenerse con la desmesura: los guardametas siempre tienen un día para ganarse la calificación de héroe, y qué mejor escenario que el de Éibar. Repetir en el Olimpo con asiduidad y rivales con más puntería ya es otra cosa.

Las dos victorias consecutivas hay que ponerlas en cuarentena sin restarles un gramo de importancia ni contemplar los resultados de los demás favorezcan o perjudiquen. Son seis puntos de seis, una verdad como un puño. El confinamiento se refiere más a los efectos trileros que contienen. El Real Zaragoza tumbó al Huesca en 12 minutos y retornó a su versión vulgar con la novedad de que mantuvo la portería inmaculada y apenas sufrió contra un adversario muy chato, sin gatillo. La odisea en Éibar pertenece a uno de esos magníficos e inhabituales capítulos de este deporte en el que con todo en contra, la víctima da matarile al verdugo. Empatar ya era una hazaña y se consiguió pronto. El resto se desarrolló cómo sólo es posible para ganar: un portero iluminado hasta provocar ceguera; nueve futbolistas al 200% en lucha, concentración y disciplina defensiva; un entrenador moviendo cada pieza con la genialidad de un gran maestro del ajedrez; unos suplentes entrando al campo con el mismo fervor y rigor táctico. Y el culo de Bakis. El Leganés, uno de los mejores visitantes de la categoría, pasará por el Ibercaja Estadio el próximo domingo a la hora del aperitivo, y la victoria vuelve a ser innegociable. Sellés tendrá que volver a recomponer el centro de la zaga, sin Insua ni Saidu esta vez, y deberá decidir entre Pomares o Gomes como compañeros de Radovanovic… Casi al lado pero a años luz en realidad quedarán la bomba de Aguirregabiria y la espectacular toma de Ipurua por un ejército diezmado. Habrá que jugar bien o lo mejor posible, ser mucho más insistentes y eficaces arriba y esmerarse en el balón parado. Volverá a ser una guerra, para lo que se está preparado y con el depósito a tope de moral, pero pelear por norma con la nobleza del corazón por escudo tiene un límite que, inevitablemente, hay superar con fútbol de ritmos y soluciones constantes.

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