Real Zaragoza, la vida es sueño

Tengo un insaciable deseo de conocer historias que me permitan relacionar situaciones del pasado más antiguo o más reciente con el actual Real Zaragoza en busca de conseguir un camino que nos favorezca el regreso a la ilusión. Eludo asuntos psicológicos, aunque el estado emocional de las personas es una de mis debilidades, porque José Francisco Mendi es un brillante experto y especialista de nuestra mente ofreciéndonos claves razonadas cada semana en «El Diván» de Príncipes de París. Pero siempre encuentro puntos de encuentro, desde la Mesopotamia que logró su progreso en la agricultura y la ganadería en el año 6000 a.C., hasta una histórica goleada de hace tres temporadas en las ligas inferiores de Alemania.

El Benrath perdía en 2022 ante el MSV en Dusseldorf, ciudad a la que ambos clubes pertenecen, por 6-0 al final de la primera parte. Todo parecía indicar que se podría llegar a los dos dígitos en un encuentro con un claro denominador y en su propio campo. Es verdad que los dos conjuntos están perdidos en el fútbol regional germano pero la remontada fue histórica y no se debió al juego solamente, sino que hubo un componente de motivación y de unidad extraordinario además de una relajación absoluta en el equipo local. Y todo se produjo desde el sótano hasta el tejado, con el 6-1 conseguido a los cinco minutos de la reanudación y el 6-8 pocos segundos antes de señalar el colegiado el final del partido. Nadie supo explicar qué pasó para cambiar una situación de desgracia y desánimo por otra de victoria récord; se adujo al cambio de actitud, de eficacia y al apoyo de sus seguidores. La suerte o la dejadez del MSV que dio paso a un empuje interior que les dotó de una capacidad física y de la confianza necesaria, gol a gol, para llegar a la victoria.

Ganarle al Huesca en el modular les hizo sentir a los jugadores del Real Zaragoza que no estaban descendidos, ni se había conjurado un maleficio, ni que Javier Tebas esté haciendo lo posible por hacer desaparecer al conjunto blanquillo. Hubo fortuna que se convirtió en acierto y en confianza dentro de las deficiencias del equipo de Rubén Sellés. Y con el público volcado desde antes de comenzar el partido pese a los deseos de expresarle al vacío palco presidencial el rechazo de la gente a su gestión. El sábado se viajó a Ipurúa, donde el Éibar no había perdido esta temporada, y ocurrió todo aquello que podía hacerle perder el corazón al equipo y darse por vencido: la lesión de Insúa en el primer cuarto de hora, el penalti en contra señalado en el minuto veinte rechazado a córner por Andrada, el 1-0 a continuación después del saque de esquina, la expulsión de Saidu en el veinticuatro y las expectativas de volver a perder con más de una hora para intentar empatar y arrancar, en el mejor de los casos, un punto que entonces parecía bueno y fue una anécdota tras la remontada.

Vuelvo a citar una frase reconocida de nuestra literatura que merece la pena ser destacada: «¿Qué es la vida? Un frenesí, una ilusión, una sombra, una ficción; y el mayor bien es pequeño; que toda la vida es sueño y los sueños, sueños son». Se trata del final del monólogo de Segismundo en la obra de Pedro Calderón de la Barca «La vida es sueño». Que aunque nos muestra que nuestros éxitos se reducen a cenizas, porque el texto no es nada optimista, siempre podemos escribir en ellas la última palabra de nuestra existencia.

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