El doble lateral, los tres centrales y al final del laboratorio de JIM salió el 1-4-1-4-1 que se ajusta como anillo al dedo a fomentar las virtudes y minimizar los defectos de un equipo limitado en sus raíces y que ahora deja asomar un tronco robusto aún sin flor ofensiva. La falta de gol era , y es, una enfermedad grave. Las concesiones defensivas, sin embargo, le mataban. La suma provocó un hecatombe que se tradujo en un equipo a la deriva, haciendo cola con billete VIP en el acantilado del descenso a Segunda B. La solución ha brotado de los experimentos para conseguir lo que todo entrenador, eventual o fijo, persigue como evangelio de cualquier objetivo: que la propia portería sea un santuario lo más inexpugnable posible. El técnico del Real Zaragoza lo ha conseguido con un plan conservador, que prioriza el control de los espacios en campo propio en función de la proximidad de los futbolistas. No hay tregua para el sacrificio ni para el compromiso para invitar al enemigo a la emboscada en la niebla, entre un bosque de futbolistas que conocen el terreno y lo achatan para estrangular las iniciativas de progresión con el balón tanto por dentro como por fuera.
La entrada en el once de James Igbekeme por el inoperante Zanimacchia ha resultado fundamental en la formación. El Real Zaragoza, salvo en el caso exclusivo de Vigaray, ha claudicado del juego exterior para operar en el corazón del campo. El nigeriano forma un trivote muy flexible con Eguaras ejerciendo de generador inicial del juego y Francho como líder polifuncional con un trabajo capital de presión en la salida desde atrás del rival. Salta y amenaza; luego se recoge. James le secunda, no tanto, porque además se emplea como elemento sorpresa si el equipo consigue estirarse. Para que la estrategia funcionara como un reloj, era necesario que Bermejo y Narváez, dos jugadores con una genética muy ofensiva, colaboraran en esa condensación protectora. Y lo han hecho. Las ayudas son constantes por intensidad y sobre todo porque se han eliminado las fronteras, lo que se traduce en presiones en superioridad, coberturas rápidas al reducirse las distancias y dos centrales, Jair y Francés, que cuando intervienen lo hacen en situaciones muy ventajosas para subrayar todavía más su estado de gracia.
Juan Ignacio Martínez se pasea por su zona acotada del campo con una pizarra de toda la vida y un rotulador. Toma sus notas sobre un dibujo en el que el Real Zaragoza se reconoce mejor, un molde defensivo homogéneo para llevar los partidos a un invierno que plantea con muy buen abrigo. Porque la primavera ofensiva ni llega ni se le espera. Mejor entonces una manada de lobos adiestrados en la cueva.