El Real Zaragoza, el náufrago ‘feliz’

 

Nueve años flotando en alta mar sobre los restos del naufragio han convertido al Real Zaragoza en un océano de confusiones. Le cuesta distinguir la realidad, se niega a asumirla, señala a los culpables de su infortunio y cree distinguir la tierra del ascenso de igual manera en sus momentos de lucidez que en sus largos episodios de alucinaciones. Acaba de regresar a la zona de descenso por su incapacidad para golear y para ganar y se aferra al buen juego exhibido. Las opiniones de la afición y la prensa se dividen drásticamente entre quienes piensan que hay argumentos para creer en la lucha por subir y aquellos que dibujan un futuro más pesimista. El entrenador insiste en su exposición ambiciosa y pide paciencia a la espera de resultados. En ese viaje por el tobogán de ilusiones y decepciones tempranas, visita el domingo el Anxo Carro para enfrentarse al Lugo en un encuentro que puede desnivelar hacia uno u otro lado esa balanza de criterios encontrados.

El mismo campo donde Cristian marcó de cabeza en el minuto 97 para empatar y evitar un angustioso final de curso, el Real Zaragoza puede descubrir quién es o a qué se parece. Con siete jornadas celebradas ya da para intuir qué tipo de horizonte espera. Si en la pretemporada, mientras la compraventa hacía de dique caótico de fichajes, presentación de las camisetas y campaña de abonados se hubiese hecho una encuesta sobre qué ocurriría en la competición, la actual situación clasificatoria no hubiera extrañado en nadie. El hecho de que en sus compromisos haya descorchado minutos muy alegres ha despertado la esperanza que permanecía hibernando. Ese fútbol tan distinto al de la campaña anterior sobre todo en verticalidad y producción de ocasiones ha actuado de detonante de la segmentación de pareceres. Por el momento, sus delanteros no ven puerta respondiendo puntualmente a sus perfiles de goleadores ocasionales y los cuatro tantos a favor carecen de una construcción coordinada con excepción de la acción de estrategia entre Zapater y Eguaras en Santo Domingo. Un rechace, un penalti, un rebote…

Juan Ignacio Martínez sigue pregonando con razón que con los clubes que aspiran a algo importante han de defender su portería con la vida. En este sentido, el conjunto aragonés ha reducido el goteo de amenazas de sus adversarios, pero los errores cometidos por importantes desajustes le han obligado a ir siempre a remolque salvo en la igualada con el Ibiza, el equipo que conceptualmente más problemas le dio dentro de un calendario inicial bastante amable. La botella de JIM está medio llena pero la cuenta corriente de puntos se encuentra en números rojos, con el entrenador solicitando créditos para un negocio inestable cuyos principales avalistas siguen siendo Cristian, Jair, Francés, Eguaras, Zapater, algo de Francho, la ubicuidad de un Narvaéz sin puntería y, entre las novedades, las subidas por banda de Gámez. Hay intención, actitud y detalles, pero se necesita mucho más para despegar, virtudes naturales en los futbolistas que son imposibles de trabajar, para dejar de ser un náufrago de las sensaciones. Después vendrán dos encuentros consecutivos en La Romareda ante el Real Oviedo y contra un Huesca más perdido que nunca de la mano de Ambriz. De los ocupan en este instante el sótano de la Liga e incluso algunos que se hallan en el entrepiso ninguno muestra la menor señal de satisfacción. El Real Zaragoza, en posición de descenso, abandera en solitario una sonrisa porque juega bien con un fútbol inconcreto. La Fundación 2032 y la perversión de la compraventa siguen haciendo estragos.

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