Mientras Miguel Torrecilla y Juan Ignacio Martínez siguen trazando su particular mascarada sobre la tierra prometida y la propiedad que les tiene empleados continúa con la pantomima de la venta inminente, el Real Zaragoza sube este sábado (18.15) al escenario de este singular teatro poliédrico con la sospecha de que puede ser el protagonista del mejor drama de Shakespeare. En la primera prueba con sus tres fichajes de invierno dispuestos para actuar, necesita la victoria que perdió de vista hace seis jornadas porque otro resultado frente al Málaga le condenaría a luchar por la salvación con la soga de las dudas al cuello. A estar atentos de lo que ocurra con el Fuenlabrada, el Amorebieta, la Real Sociedad B… A nadie, salvo a una afición que volverá a agitar sua pañuelos negros en el minuto 32, parece preocuparle lo que ocurre con el equipo. El club está en manos de inconscientes y mediocres, un cóctel cuya consecuencia se traduce en unos números escalofriantes y en una situación límite que sólo los tres puntos permitiría contener.
La Romareda ha visto seis goles, dos victorias, sólo tres veces a su equipo por delante en el marcador y escaparse 23 de 36 puntos posibles. Para ayudar a reparar semejante desastre han llegado Jaume Grau, Eugeni Valderrama y Sabin Merino, futbolistas que deberán ser principales pese a que sus carreras estén resultando de lo más discretas. JIM no adelantó si esta tarde serán titulares, aunque se da por hecho que el delantero sí aparecerá en el once de inmediato por lo costoso de su fichaje en tiempo de contrato y emolumentos a percibir, porque se le presupone el gol del que han carecido los atacantes zaragocistas en las dos últimas temporadas. De los tres, el vizcaíno, con 30 años y una artillería de corto alcance, es la gran promesa blanca para dotar al conjuto aragonés de alegría ofensiva.
La certeza de que vayan a ser influyentes no existe, por lo que habrá que repetir un nuevo acto de fe antes de comprobar su productividad. El Málaga viene pachucho, con cinco puntos en sus últimos siete partidos y cambio de entrenador. Se fue José Alberto y ha llegado Natxo González, a quien la leyenda negra del zaragocismo mediático no le hizo favor alguno acusándole de traidor por firmar con el Deportivo con el equipo preparándose para el playoff que terminaría perdiendo contra el Numancia de Diamanka. El técnico estaba sentenciado desde el invierno, con el Real Zaragoza en el pozo, y empezó a preparar las maletas. Luego llegó esa oferta que se hizo pública y el entrenador cuelga desde entonces en el árbol de los malditos. «Vuelvo a un sitio donde estuve un buen año. Hicimos una gran temporada y clasificamos para el playoff. Tengo allí muchos amigos, están muy bien allí y mi familia estará allí con mis amigos. A partir de ahí no lo sé. Salí porque salí, ya está. Hay formas de interpretar las cosas. Tengo la conciencia tranquila y voy muy tranquilo», ha dicho el vitoriano sobre este capítulo de su trayectoria profesional en la capital aragonesa.
La estadística del morbo trae también a Peybernes, quien prefirió el proyecto del equipo andaluz al del Real Zaragoza. Muy bien tampoco le está yendo en La Rosaleda al central francés, retratado en demasiados ocasiones en una de la segunda peor defensa del campeonato (38 tantos en contra, 24 de ellos domicilio). En Miranda de Ebro pasó de titular indiscutible al banquillo y ya está de uñas. Febas se une a esa representación de exjugadores zaragocistas en un encuentro que se antoja poco vistoso, un partido entre dos equipos azotados por sus particulares crisis y un sonoro divorcio con el gol, en el Málaga más acentuado como visitante.
Sin pegada salvo que Sabin Merino diga lo contrario, el choque puede decidirse en el rigor defensivo, aspecto que el Real Zaragoza domina mejor que el equipo de Natxo González. El Real Zaragoza, en cualquier caso, tiene que mostrar de una vez un perfil más valiente aun con sus numerosas carencias y no esperar tras el telón de acero porque el drama le espera con el puñal afilado si insiste en arrugarse por errores o por decisiones de su entrenador. La hinchada va a apuntar al palco como eje del mal del club. Si algo más se tuerce, el próximo destinatario de su enfado estará en el césped. Y entonces Shakespeare tendrá material.