El ‘corAzón’ del Real Zaragoza

Es un futbolista que juega con el fuego de un gladiador corriéndole por las venas, como si en cada ocasión que salta a la arena tuviera que ganarse el derecho a la libertad, a ser reconocida su valía profesional. Idolotrado y criticado, Iván Azón vive este deporte como expresión de su extraordinaria naturaleza física, lo que enciende a la grada para bien y para mal. Esa fuerza arrolladora le ha encasillado en el catálogo de los delanteros fornidos que encuentran en su cuerpo la razón de ser, de hacer de cada lucha por un balón una cuestión capital para su equipo. Dentro de esa armadura habita un niño feliz consigo mismo e insolente con los defensas que se confían, con todo aquel que le reta a una colisión. El ariete del Real Zaragoza podría ser mucho más, pero mientras crece y aprende en todos los sentidos, su ilusión huracanada es capaz de rescatar una victoria que se escapaba en El Molinón, tres puntos que permiten al conjunto aragonés aproximarse a la orilla de la salvación y al club seguir adelante con los asuntos administrativos de la compraventa, pendiente precisamente de la permanencia en Segunda. Su corazón de gigante ya resultó fundamental la temporada pasada para evitar una catástrofe y en Gijón, saliendo desde el banquillo, hizo escuchar con igual fuerza ese latido en la última escena del encuentro, justo cuando en la anterior había empatado el Sporting.

Un despeje de Vada cayó cerca de Berrocal, con mucha ventaja para el defensor del equipo asturiano, pero cometió el error de esperar el bote para orientarse. Cuando quiso darse cuenta, Azón sobrevoló su espacio aéreo con una anticipación furiosa para emprender una embestida hacia Mariño, de quien se deshizo para marcar el gol del triunfo. La belleza de esa espectacular representación de atacante de perfil africano nació de su determinación, sin duda la mejor de sus virtudes. Todos sus compañeros, todo el zaragocismo, se lanzaron hacia Iván contagiados y exaltados por la alegría y, sobre todo, por la pasión inquebrantable que transmite, imposible de domesticar ni siquiera por el golpe tan reciente recibido por Uros Djurdjevic en el tanto de la igualada de los asturianos. Minutos antes de abrirse paso a la gloria con cara de travieso, Juan Ignacio Martínez le dedicó un baile de guerra, con el entrenador jaleando cómo había ganado una pelota en el área después de caerse. JIM levitó en la banda porque ese es el espíritu que pide para la comunidad y no siempre lo halla. Los partidos del canterano se disputan en otro campo, por eso, ajeno a un Real Zaragoza y un Sporting desquiciados en la recta final, Azón despegó hacia otra dimensión con todos los motores encendidos. Y allí le esperaba un premio a compartir, la victoria de quien en su diccionario no figura la rendición.

La crónica del partido la redactó el chico, porque el equipo de JIM, que fue superior en el control de juego ante un rival insustancial y sin un punto de cordura en su fútbol, redujo casi todo a su parsimoniosa y cautelosa forma de interpretar este deporte, consistente en que no ocurra nada hasta que lo diga Eugeni a balón parado. En un córner cerrado y con la colaboración de un derrapaje por alto Mariño, Jair peinó hacia atrás y Grau marcó con el pecho en el segundo palo.  El centrocampista valenciano, en su segunda comparecencia consecutiva como titular, articuló un buen discurso esta vez como relevo de Petrovic, sin una caligrafía perfecta pero con un notable sentido de cómo y cuándo participar.  El plan de Pep Martí de enviar melones imposibles de abrir a Djuka descompuso al Sporting y facilitó el trabajo de un Real Zaragoza que manejó los tiempos con el reloj en su muñeca. En la segunda parte, a JIM se le fundieron poco a poco los plomos de los centrocampistas a excepción de Grau, y de Sabin Merino no exprimió ni una gota de amenaza ofensiva. Eugeni, derruido, dejó su lugar a Vada, mientras el vizcaíno era relevado por Iván Azón. El último en claudicar fue el Bermejo de siempre para que entrara un Borja Sainz con una hiperactividad muy mal gestionada en varios contragolpes.

El gol de Grau era una losa para los locales, pero la entrada del Puma Rodríguez, otro luchador grecorromano, y una insistencia de conquista por aplastamiento de los asturianos produjeron un subencuentro que al Real Zaragoza, que pudo aumentar su ventaja con un disparo al larguero de Vada, se le atragantó sobre todo en defensa. Otro balón colgado al área cogió a Jair y Lluís López haciendo un sándwich de aire mientras una cabeza enemiga prolongó  el envío hacía al área pequeña, donde Djuka sacó su arpón inmisericorde. En mitad de la desolación, el corAzón del Real Zaragoza rugió como una bestia juvenil que se alimenta del escudo de la casa a la que pertenece.

 

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