A Juan Ignacio Martínez se le ha valorado y sobrevalorado. También ha estado esta temporada en el punto de mira de las críticas y su cabeza en la diana de los francotiradores. Es la vida de los entrenadores, ligada por doble nudo marinero a la de los resultados. En esta profesión, el técnico alicantino pertenece a la casta de los superviventes, a quienes por convicción propia y por el material que cae en sus manos tienden a apostar por la experiencia, por la veteranía, por los supuestos galones que puedan llevar en los hombros futbolistas sin medallas en la pechera de sus carreras. El Real Zaragoza ha sido el equipo de JIM para bien y en bastantes ocasiones para mal, con un plan de actuación condicionado por plantillas menores y por su mimetismo con esas atmósferas cargadas de necesidades y ansiedades. Contra el Fuenlabrada tiró a la basura la primera parte y en el descanso, con el 0-1 y una pobreza productiva escandalosa, dio un giro radical a la alineación por la que había apostado con un solo delantero donde Iván Azón jamás tiene un lugar fijo. Sus decisiones resultaron magistrales para configurar otro partido y remontar con Álvaro Giménez y Azón dentro de una tanqueta de doble cañón y Puche encendiendo mechas por el polvorín. En ocasiones hay que escuchar al corazón, sobre todo si dentro de él gritan jugadores que no por jóvenes e inexpertos son tan válidos o más que el resto. El entrenador comprobó que los niños, los de la cantera zaragocista, siempre dicen la verdad, y que la pasión y la ilusión también son efectivas armas estratégicas.
El conjunto aragonés certificó con su cuarta victoria consecutiva la salvación virtual y abrió la ventana de los sueños para que entren todavía tímidos rayos del playoff, un horizonte muy lejano pese a que se haya acostado a cuatro puntos de distancia de la sexta plaza. Tiene por delante mucho tráfico pesado y apenas puede cometer un solo error para despertarse al final de curso a pleno sol. De momento pasó su particular rubicón ganando de nuevo no sin sufrir, no sin divertirse a lo grande en una conjunción de contrastes que acabó con el arcoíris de la fantasía reflejado en el rostro de la afición. De la nada más absoluta a la felicidad. Del valle del sopor y un desafortunado gol en propia meta de Jair, a la cumbre de la montaña rusa de las emociones sin freno. Y todo porque JIM rectificó y entregó el protagonismo a un fútbol que le seduce poco: retiró a un gris Sabin Merino y a un oscuro Narváez por Iván Azón y Álvaro Giménez y más adelante sumó a Miguel Puche a esta tormenta ofensiva que descargó con ira, puntería e imaginación sobre el convaleciente cuerpo del Fuenlabrada. La reacción no tardó un segundo en hacerse visible, en cuanto el ariete de la cantera ganó un par de peleas para abrir las primeras grietas en el muro de contención de los madrileños.
En este contexto, en este Real Zaragoza, no hay razones que sostengan la teoría de que Iván Azon con 19 años, y Puche, con 20, no pueden ser titulares. Sobre todo el primero, que ya frente a Sporting y Almería había ratificado que con sus virtudes y sus defectos es el goleador de este equipo. Un minuto en el campo, acostado a la izquierda para contentar el eterno dibujo de JIM, y el sismógrafo escupía lava. Pero el delantero tira al área, y si además se encuentra con un Álvaro Giménez sublime en todo lo que hizo, empata de media chilena después de haberse ganado el espacio con su marcador. Un gol de depredador, el cuarto este ejercicio, facilitado por la asistencia de cabeza de su compañero de aventuras atacantes. Álvaro se sintió como en casa en en esa avanzadilla de rescate, liberado en los metros finales para ganar el espacio aéreo, apareciendo por el resto de los espacios con una jerarquía total y una toma de decisiones brillante. Lo en la primera parte había sido un vehículo para el desguace se transformó en la segunda en un fastuoso deportivo. Y a él se subieron todos los jugadores con una alegría y una convicción contagiosa. Eugeni por fin después de un periodo de blanca palidez, Chavarría y sus 500cc, Bermejo en modo luchador, Gámez…
El Fuenla, que se había amarrado a su defensa de cinco y al tanto a balón parado para buscar un triunfo que le diera oxígeno, se empezó a poner morado por el estrangulamiento. La llegada de Puche al feliz campamento de verano terminó por cortarle todo suministro respiratorio. 23 minutos le fueron suficientes para manifestarse en toda su plenitud, añadiendo al partido otra sobredosis de entusiasmo y ambición. Álvaro Giménez volvió a elevarse de nuevo como un ángel exterminador a otro centro de Chavarría y dejó la pelota en la frente de Puche, quien imprimió un disparo con el cuello imposible para Morro. Un testarazo desde el alma. Juan Ignacio Martínez ya sabe que todo lo que le decían los niños partido tras partido era verdad, que además de acompañar pueden ser guías de lo que se propongan. ¿Incluso de los sueños? Por lo menos tienen una de las muchas llaves que hacen falta.
Los niños igual a ilusión. En el fondo, es un juego.. .en manos de especuladores, pero en el verde, un juego. Qué bonito
De Azón y de Puche me lo espero todo. Lo que me ha sorprendido porque no me lo esperaba es el partidazo de Álvaro: lo hizo todo perfecto