Cuando las rotativas del planeta echaban fuego a toda máquina para titular con la escandalosa derrota del Real Zaragoza en La Romareda frente al modesto Amorebieta, que mereció llevarse el partido que le concedió Juan Ignacio Martínez con el pack completo de decisiones que tomó de principio a fin, Iván Azón marcó el gol del empate y señaló directamente a un entrenador que tiene las jornadas contadas en el club aragonés, nueve en concreto, las que restan para el final. El técnico no ha dado su brazo a torcer jamás con la titularidad del canterano esta temporada pese a que se le escurrían de las manos razones suficientes para hacerlo, últimamente con cuatro goles de los cuales tres han servido para sumar seis puntos, cantidad sin la que el conjunto aragonés estaría a fecha de hoy en la pomada del descenso. Una vez más le sentó en el banquillo y una vez más el chico respondió como mejor sabe. El Real Zargaoza le debe mucho al ariete de la Ciudad Deportiva. Juan Ignacio Martínez, tanto o más. El curso pasado ya tuvo que recurrir a él de principio y muy a su pesar, en plena languidez del Toro Fernández, Vuckic y Alegría, para que sacara al equipo de serios apuros. Durante esta campaña le ha negado el pan y la sal, revistiéndolo con ese frágil argumento de futbolista revulsivo, creyéndose que estaba en lo cierto como lo pensaban el Dr. Moreau en su isla o el coronel Walter Kurtz en la orilla del río Nung. Esa etiqueta de reserva de lujo ha terminado por estrangular a un entrenador a piñón fijo, a un profesional que se ganó un merecido respeto y prestigio con la salvación y que ha dinamitado este año deportivo por muchas cosas, pero sobre todo por querer ser Joker contra Batman. Al final, siempre ganan los buenos, y Azón lo es aun con la mochila de estudiante colgada de sus hombros. Mejor que Sabin Merino, mejor que Álvaro Giménez.
Seguramente, la nueva propiedad le tiene serigrafiada la invitación para que salga del club. Pero podría haberlo hecho de otra manera y no de la peor de las formas, manteniendo un duelo consigo mismo más que con el jugador, una lucha interna que ha terminado por desgastarle por completo. JIM ha conseguido que todo el cariño acumulado por su colaboración en aquella milagrosa permanencia que le elevó a los altares se haya transformado si no en antipatía sí en un malestar general del aficionado, incluso del que podía estar de acuerdo con que Azón debía crecer en las segundas partes. Costaba muy poco, con una nueva salvación en el bolsillo prácticamente cerrada, darle a al zaragozano puesto fijo en el once. Por coherencia, por justicia y por política de empresa, ya que hablamos de una pieza en propiedad que hay que proyectar como valor de presente y de futuro. Como orgullo del trabajo bien hecho en la escuela zaragocista. Ni en Cartagena ni contra el Amorebieta, con la inspiración y olfato desatados, los aspectos que distinguen la racha de un goleador y le hacen merecedor de la casaca de titular. En contra de la petición popular pero sobre todo de la congruencia, lo dejó a sus espaldas hasta que el encuentro se había estancado en la igualada hasta que la rompió Óscar Gil de cabeza. En el peor de los escenarios posible, con el Amore convertido en un inexpugnable Jai Alai y sus compañeros desquiciados por la terrible colección de decisiones del técnico, el bombardero juvenil destrozó todas las defensas antiaéreas de los vizcaínos con un frentazo digno del centro de Gámez en la última jugada.
Faltaban muchos, pero el rival y su agónica situación no admitían excusas para buscar y hallar la victoria. JIM volvió a manifestar su vena conservadora con un centro del campo de veteranos, con Álvaro y Sabin como nulos responsables ofensivos y la novedad en esa parcela de un Borja Sainz cuyas intervenciones verticales fueron de lo poco brillante del Real Zaragoza en una noche oscura como ninguna. En plena decadencia física y de argumentos, mientras Zapater y Vada consumían el poco oxígeno que les restaba, el entrenador quitó al vitoriano. Y después envió a Eugeni a la ducha en lugar de retrasarle para, con su escaso recorrido pero buen criterio, diera algo de sensatez a una medular rota por completo donde Mikel San José se estaba dando un festín digno de sus mejores tiempos en el Athletic. El Amorebieta encontró en su rudimentaria pero eficaz herramienta, el balón parado, el premio que merecía, una anticipación a la salida de un córner de Óscar Gil en el primer palo para batir a Cristian. Se hizo el caos en La Romareda, un correcalles patrocinado por los cambios de JIM, forzados e improvisados.
Iván Azón había entrado también en el carril de la desesperación, caído como extremo en la desordenada ofensiva final, de nuevo con la responsabilidad sobre sus espaldas de saberse la gran esperanza blanca del Real Zaragoza. Caía el telón y el público abandonada sus localidades, pero el atacante tiene por costumbre esperar en la sala hasta que finalizan los créditos de la película. Un centro de cine de Gámez activó todos sus motores de propulsión para que las rotativas del planeta se detuvieran. La noticia ya no era la vergonzosa derrota en el Municipal frente a un adversario pobre pero mucho más digno en esta cita, sino que Azón lo había vuelto a hacer. Que Batman había vencido otra vez a Joker sobre la cornisa de la decadente Ghotam en que se ha convertido el Real Zaragoza.
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Me ha hecho gracia lo de «rotativas de todo el planeta». Por lo demás, excelente artículo que refleja mi forma de pensar