Los propietarios del Real Zaragoza durante las últimas ocho temporadas saldrán del club de forma escalonada. Primero la familia Alierta, que había abierto la puerta agotada de ser prácticamente el único integrante que económicamente ha soportado el peso, y después, se supone, los Yarza, Juan Forcén y Carlos Iribarren. Consumen así un periodo de oscurantismo, distanciamiento absoluto con el aficionado e incultura e insensibilidad futbolísticas que han compensado con un equilibrio económico para reducir la ingente deuda que heredaron de Alfonso Soláns Junior y Agapito Iglesias. El agujero está ahora en 68 millones, y las diferentes estrategias que se han seguido para minimizar las deudas son tan básicas como de mínimo riesgo personal, lo que dejaba cada temporada al equipo a merced de la fortuna en sus intentos de regresar a Primera División. Moratorias con acreedores y Hacienda y venta de los futbolistas más destacados de la cantera fueron las tácticas más comunes. Se dilapidó el patrimonio, se desperdiciaron tres playoffs entre otras tantas campañas al borde del precipicio, desfilaron un cantidad ingente de jugadores y trece entrenadores hasta llegar a un punto muerto denominado quiebra técnica.
Seguramente, a la espera de conocer en profundidad lo que subyace bajo el grupo inversor americano, el mejor legado que deja la Fundación Zaragoza 2032 sea precisamente su huida después de una etapa que les ha consumido muy lejos del pelotazo que pretendían con la compra de la institución por 1 euro y que les coronó popularmente como los salvadores del zaragocismo. Los grandes apellidos de la ciudad, la oligarquía en bloque, reputados empresarios en sus negocios por méritos propios o consecuencia de sus abolengos, abandonan un proyecto caducado sin haber sido capaces de hacer del Real Zaragoza un producto atractivo. En el arcén de la operación, sin embargo, se vislumbran dos sombras que podrían buscar cuerpo en la nueva propiedad aunque en círculos privados hayan dicho que seguirán la estela de César Alierta: Fernando de Yarza y sobre todo Juan Forcén se relacionan con la futura nueva Romareda, espacio que ya ha sido considerado por Jorge Mas como ineludible responsabilidad institucional aragonesa en su carta de presentación en sociedad.
Ocho cursos más el que viene en Segunda de propina. En constante y mala respiración asistida hasta que se ha hallado oxígeno extranjero después de varios intentos de compraventa que se han ido por el sumidero no son cierto ridículo. Ni han sabido ni han querido. Se han dejado llevar por un aislamiento absoluto producto de la soberbia y de haber delegado funciones vitales en representación o ejecución en un organigrama sin carisma desde su ya expresidente, Christian Lapetra, hasta su director general, Luis Carlos Cuartero. El Real Zaragoza no los echará de menos porque en realidad nunca han estado en el lugar que les correspondía salvo, en algunos casos, para cobrar a fin de mes de una caja vacía para otras cosas.