El empate condenaría a los dos equipos a vivir una recta final de campeonato sin emociones, pero es el resultado más probable por el comportamiento general de dos conjuntos que encuentran serias dificultades para ganar incluso cuando lo hacen, muy enganchados a las igualadas, con defensas solventes, delanteros con poco gol y dos de los mejores porteros de la categoría. Ahora mismo, consumen el último trago después de una temporada hermanada por la irregularidad de un Huesca que partía como unos de los principales candidatos a estar entre los mejores y se ha descolgado de ese balcón y un Real Zaragoza destinado a sufrir como así ha sido. Con El Alcoraz de fondo como estación terminal de un sueño remoto pero al que se aferran ambos clubs, conseguir la sexta plaza, el equipo de Juan Ignacio Martínez, liberado de ansiedades, parte con cierta ventaja: juega con el deber cumplido, ilusionado por seguir dilatando la opción del milagro mientras sea posible y ajeno a cualquier frustración. Por contra, el conjunto de Xisco sólo puede permitise la victoria que tanto le cuesta en casa para evitar la confirmación de la pesadilla que está viviendo.
Las claves de este, como siempre, apasionado partido de rivalidad aragonesa que esta vez se celebra en el extrarradio del playoff, son tantas como futbolistas tienen ambas plantillas, pero el condicionante psicológico asoma como una de las principales. La cita está prevista en la sala de espera de Urgencias, espacio mental que el Real Zaragoza conoce y gestiona bastante mejor por su costumbre a visitarla. Salvo por ese detalle muchas veces antojadizo de la respuesta emocional, la veleta del encuentro puede indicar cambios de dirección del viento en cualquier instante. Por un detalle de Seoane, el máximo artillero local con una docena de dianas; por un ramalazo de Escriche; por la amenaza aérea de los centrales y en especial de Ignasi Miquel; por las asistencias de seda de Marc Mateu… Y sin embargo, el Real Zaragoza canterano tiene respuesta para todas esas amenazas principalmente por su acentuado espíritu competitivo, con una línea defensiva fortificada en la continuidad de sus componentes, un centro del campo laborioso incluso con bajas importantes y un Iván Azón que maltrata a sus marcadores y provoca constantes tormentas eléctricas con su fogosidad.
En esa balanza reina la simetría en sus singulares versiones. Sin grandes individualidades y con una generación de fútbol ofensivo algo primitiva, es más que probable que la producción de ocasiones sea baja, que los dos equipos, aun en la obligación de atacar los tres puntos, alarguen el tiempo de la toma de decisiones importantes. En ese contexto, con un gotero controlado en vena, hay dos protagonistas que tendrán la llave del partido: Cristian Álvarez y Andrés Fernández, los más veteranos en todos los sentidos. El meta del Huesca, trofeo Zamora en su cesión a El Alcoraz en el curso 2010-2011, ha mantenido en 16 ocasiones su portal inmaculado, con espectaculares intervenciones que han edulcorado serios desmayos de la zaga que en teoría le protege. Cristian Álvarez ha echado el candado en nueve ocasiones, con una guardia pretoriana mejor dispuesta. Los dos encajan un gol de media por partido. En sus manos, en sus reflejos y experiencia está depositado el triunfo del sueño en el que se cruzan sus equipos. O el decepcionante empate si se empeñan en exprimir sus virtudes y el resto no les acompaña.