Raul Sanllehí viene del universo del fútbol, de una galaxia donde su trabajo ha consistido en seducir a estrellas, en negociar fichajes que acometía con el aval de una chequera estratosférica. No le resta el más mínimo mérito a su trabajo que dispusiera, como fue el caso en su etapa en el Barça y más breve en Highbury, de un robusto soporte económico para conseguir, por ejemplo, contratar a jugadores como Ibrahimovic, Villa, Mascherano, Cesc, Jordi Alba, Umtiti, André Gomes, Dembélé o Coutinho. El arte de la puja, por arriba o por abajo, tiene como denominador común la posibilidad de competir en las mejores condiciones posibles, pero en igual medida juega un papel capital la habilidad del negociador para desequilibrar la balanza a su favor. Sanllehí, en este sentido, dota a la nueva propiedad de una figura que por cultura, conocimientos y contactos futbolísticos devuelve al Real Zaragoza al mapa de un mercado del que lleva fuera más de una década.
El futuro director general del club, que se ha presentado estar tarde a la plantilla, llega a una institución que alunizó y alucinó el 10 de mayo de 1995 en la gloria por la conquista de la Recopa, instante imborrable y punto álgido de un equipo que había trufado su historia con títulos y un respeto nacional e internacional logrados desde una apuesta por el espectáculo. Ardió París y aunque el museo abrazó tres trofeos más en temporadas posteriores, en aquel fuego olímpico empezó a consumirse y consumarse un declive progresivo hasta tocar fondo con diez cursos consecutivos en Segunda. En lugar de plantar la semilla del futuro en el Parque de los Príncipes, como hizo el Arsenal, rival derrotado en aquella final, se confío en una metodología obsoleta y una línea editorial de las propiedades marcada por el desinterés de Soláns júnior, la dilapidación de Agapito Iglesias y el pan sin sal de la Fundación.
El grupo inversor lo tiene fácil para hacerlo mejor. Pero esa es una conclusión perversa y conformista, porque lo que necesita el Real Zaragoza es elevar por mucho el listón en todas las áreas. No se trata de parchear sino de innovar y renovar. Jorge Mas y el resto de sus socios no descargarán una lluvia de millones sobre el proyecto, siendo sinceros uno de sus muchos proyectos. El propio empresario estadounidense y Sanllehí así lo han manifestado pese a que exista un compromiso tácito de inyectar oxígeno financiero suficiente para incrementar la competitividad del equipo en el intento del regreso a la élite, lo que sería bueno para el negocio y excelente para un equipo, una afición y una ciudad que desean, necesitan y merecen recuperar el terreno perdido en ese inmovilismo y confluencia de egoísmos e ignorancias paletas que le impidieron dar el salto al siglo XXI.
Con la nueva Romareda en el fondo y la forma de esta operación, que saldrá adelante de una u otra forma porque así lo exige el grupo inversor y la oligarquía empresarial aragonesa que se involucrará en la ubicación y edificación de un estadio urgente como infraestructura multiusos y de considerables caudales de explotación, el Real Zaragoza se ha presentado en sociedad con los discursos institucionales de Jorge Mas y Raúl Sanllehí. Su presentaciones no chirrían en ningún punto dentro de una exposición ilusionante pero cuidadosa con las falsas promesas. Es un avance considerable que esa carta de presentación tenga membrete de sinceridad y de reconocimiento de un desconocimiento del terreno al que llegan también para aprender e integrarse.
El director general tiene ante sí un trabajo ingente que supera por mucho las funciones que asumió en su prolífico pasado. Será el cordón umbilical con el grupo inversor, el arquitecto del organigrama deportivo y administrativo y, sin duda, el motor de un vehículo que al final pilotan los futbolistas de que se disponga. Sanllehí ha sumido un reto para el que necesitará rodearse de profesionales que le aporten una mirada limpia y una asesoría escrupulosa sobre lo que solicita el nuevo Real Zaragoza. Entre ese cosmos de necesidades evidentes, una que no es menor. El ejecutivo, que ha asegurado que es un amante de la cantera pese a que su etapa en el Barça la disfrutara sin responsabilidad ni gestión directa sobre ella, llega a un club que le ofrece como argumento sólido su bien armada y mimada organización del fútbol base.
La Ciudad Deportiva, y más en el modelo que se pretende implantar a partir de ahora, debería de dejar de ser una república independiente y aislada, a merced del instinto de sus tan cualificados como desprovistos educadores y formadores. La cantera se sigue ofreciendo de alimento sustancial ya no como recurso de supervivencia sino como uno de los pilares en magnitud de personal y de los complejos deportivos adecuados del Real Zaragoza al que llega con Sanllehí dentro de la lujosa nave a la que está acostumbrado. De su aclimatación a este complejo y atractivo planeta y en cómo lo colonice más allá de su cautivadora experiencia, dependerá gran parte del éxito futuro de un club que es mucho más que un club aunque que haya hibernado un tiempo indecente por sus anacrónicos gobiernos.
Fotografía: Pep Morata / MD