El Real Zaragoza y su antídoto contra el hechizo

El Real Zaragoza ha dejado de ser de este mundo perceptible. Ocurre que, establecida su pobreza estructural y conceptual, concluyente tras miles de análisis que no encuentran un solo tesoro en su indigencia salvo las pepitas de oro que son Francho y Francés y ciertos brillos de Narváez, su realidad trasciende a otra dimensión que cuestiona algunos aspectos de las teorías anteriores. El fútbol, como todo en la vida, no se detiene en la certeza científica, sobre todo porque no es una ciencia. Apagadas las luces y cerradas las puertas del laboratorio donde se ha establecido que su vida corre un serio peligro por falta de nutrientes competitivos, entra en juego la duda. No existe sospecha alguna de clasificar su trayectoria como un fracaso, y de calificar su plantilla como una de las peores de la historia, en nada ajena a la responsabilidad de sus creadores. Pero que sus tres delanteros titulares solo hayan conseguido un gol; o que Vigaray haga una cesión tan infame como la de Vallecas; o que cualquier tiro o balón aéreo en dirección a Cristian se conviertan en bombas atómicas invitan a una segunda o tercera relectura de libro de las causas de los desastres.

No conviene, en este caso por pura conveniencia, repasar los capítulos ya memorizados de un equipo corto de argumentos y plano de soluciones, sino indagar si bajo esos dramas individuales y colectivos que conducen al sufrimiento y posiblemente al descenso, existe el margen suficiente de mejora como para evitar un epílogo funerario. Siempre está ahí, la cuestión es localizarlo a tiempo. La visita mañana del Mirandés y los próximos compromisos contra Logroñés y Cartagena trasladan este ejercicio de introspección y acción a la nada conveniente sala de urgencias. Juan Ignacio Martínez apela a su fe y a la lírica: «La Romareda, incluso vacía, vibra», dijo ayer un técnico tan prosaico como emocional. Sin embargo, que los atacantes marquen con cierta puntualidad, que los defensas no cometan fallos graves, que Cristian vuelva a ser el extraterrestre y que el equipo halle en Zanimacchia, Larrazabal o Adrián elementos enriquecedores aun muy puntuales, nada tiene que ver con la poesía. Los versos del Real Zaragoza piden estrofas de hierro, una interpretación coral de compromisos sin tregua y un entrenador capaz de tejer esas condiciones con pulso firme e indiferente así el techo se derrumbe sobre su cabeza.

Uno de los fallos de cálculo más comunes en en estas circunstancias es recurrir al mal estado de salud del resto como herramienta de esperanza. Los otros equipos implicados en la batalla por la salvación, objetivo para el que han sido concebidos al contrario que el Real Zaragoza, tienen su plan y son alumnos inscritos desde el primer minuto en la escuela de este tipo de guerras. JIM hizo un buen trabajo para elevar la autoestima de la muchachada, pero con el paso de las jornadas y de los resultados ha reducido su mensaje a sus futbolistas de cámara, abriendo una brecha peligrosa en misiones que necesitan a todos los integrantes dispuestos, involucrados, sin la menor mácula de depresión o de aceptación de un papel secundario o residual. Las dificultades se saben, el problema es anclarse en ellas o en remedios ya caducados. La labor deportiva, lastrada por las limitaciones intrínsecas a la plantilla, abre la puerta a esa dimensión donde a lo poco bueno hay que sumar lo menos malo para hacer un todo. En ese formato compacto y de reparto de roles puede que esté la fórmula mágica para un Real Zaragoza hechizado por los demonios que le dieron esta mala vida.

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