Carcedo redujo riesgos y Cristian los anuló

No fue, ni de lejos, el Real Zaragoza que en algún momento de la pretemporada, sobre todo en los encuentros frente a Betis y Girona, dos rivales de Primera, enseñó cuál es el formato estratégico que persigue a largo plazo. En las Palmas, Juan Carlos Carcedo renunció a que su equipo se aventurara a presionar en ninguna de las versiones de asfixia fuera de la zona de confort, es decir de su propio campo. El mandato estuvo condicionado por las características del rival, por las virtudes que atesora en la órbita de futbolistas como Jonathan Viera o Moleiro, por lo que el técnico ordenó un grupo blindado en bloque bajo a la espera de cazar algún contragolpe con Narváez como único jugador ofensivo. Puche apareció en el once pero pendiente de ocupar espacios ciegos en el centro del campo, al igual que un Bermejo consagrado a ejercicios de corrección a sus espaldas en ayuda de Gámez, mientras que Vada describía movimientos para impedir la salida del conjunto de García Pimienta.

Carcedo jugó sin disimulo en función del Las Palmas, concediéndole el balón pero no los pasillos, la mayoría sellados por la reducción de metros para pensar una vez que los amarillos traspasaban la línea de mediocampo. En ese trabajo de cortocircuitos sacrificó sus ambiciones atacantes, ya que las recuperaciones cogían al equipo muy lejos, de ahí que se sucedieran numerosos pases hacia atrás e incluso a Cristian Álvarez con el objetivo de reiniciar las operaciones. Esa sumisión consciente tuvo su éxito en el marcador para un Real Zaragoza sin Ivan Azón y todavía pendiente de refuerzos que revistan de solidez los planes del entrenador riojano. Carcedo sabía que ir en busca del Las Palmas era un suicidio e intentó vaciar todo lo posible el cargador de los canarios antes de que entraran en zonas donde son especialistas en apretar el gatillo.

Sin embargo, ese amurallamiento restó de toda personalidad ganadora al Real Zaragoza, convertido en un ejército de sacrificados destructores, papel que se le atragantó a un Manu Molina que necesita extensiones más amplias para respirar y marcar el ritmo. Concedida la posesión, atrincherado y preocupado por no cometer fallos, el Real Zaragoza se expresó con disciplina, pero en absoluto ajeno a un partido que en salvadas ocasiones –las oportunidades aisladas de Gámez, Narváez y Giuliano– afrontó para no perder. Las tres transiciones que enganchó tras recuperación y a toda máquina el Las Palmas acabaron con Cristian solucionando serios problemas ante Marc Cardona y Jonathan Viera, con Valles, el otro portero, casi de mero espectador.

La parada del argentino a tiro de Curbelo cuando se bajaba el telón pertenece a otro capítulo, al de la máxima inspiración personal del individuo sobre cualquier aspecto colectivo. No obstante, si se impuso la idea de Carcedo fue gracias a Cristian. El talento se concentró en la portería de un Real Zaragoza provisional que en el futuro, antes de que se cierre el mercado de verano, debe ampliar su plantilla para ganar en pegada y en el protagonismo que quiere el entrenador y que en nada se percibió en el estadio Gran Canaria.

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