Juan Carlos Carcedo se estrenó en la obra más famosa y con más tiempo en la cartelera de este deporte, la que pide la cabeza del entrenador cuando los resultados no son favorables pero, también, si el público considera que el director no da la talla. La Romareda ha sido un palacio de justicia implacable con estos profesionales, pero en los últimos, coincidiendo con el rejuvenecimiento de la grada, había aplacado su acidez, centrada sobre todo en las propiedades y sus terribles gestiones. Con los nuevos dueños, la tregua parecía que se iba a prolongar, pero nada ni nadie puede contener la furia ancestral que reside en cualquier generación de zaragocistas cuando su equipo es un auténtico desastre. El técnico se estrenó con todo los honores en el ‘Vete ya’. En nueve jornadas, hay razones suficientes para considerar que le han puesto en las manos una bomba de plantilla sin detonador que le va a explotar en las manos por su propia obcecación en meterle dinamita a alineaciones, cambios y otras suertes de estratega.
Contra el Lugo en casa experimentó con tres centrales, tiro que le salió por la culata con una derrota esperpéntica. En Anduva entristeció al equipo ante un rival que era último, no había ganado y que acabó pasándole por encima. La incapacidad del Real Zaragoza para imponerse a un Eibar con dos expulsados con soluciones de primaria le hizo mucho daño. El empate frente al Oviedo ya no le sirve de excusa, al margen de que Sanllehí le haya entregado un paquete vacío. De nuevo emergió el perfil de un profesional glacial, con todo controlado antes de comenzar los partidos y sin los papeles en regla para conducirlos en el momento que aparecen las primeras curvas sean cerradas o no. Ha derrapado en demasiadas ocasiones, escudado al principio en la ausencia de Azón, argumento ya inservible.
En esta cita hizo juego de malabares para tumbar al Oviedo. Uno de llos consitió en sacar del campo a Azón, movimiento muy criticado por la afición, aunque comprensible hasta cierto punto porque el canterano ya había quemado gran parte de su combustible. Era, por lo tanto, la hora de Makhtar Gueye, un delantero del que apenas hay noticias que no estén ligadas a su físico de pívot y tenía ante sí una gran oportunidad para reivindicarse o dejarse ver. Pero Carcedo optó por otro camino: Puche, pendiente aún demostrar muchas cosas, Bermejo y Zapater. Sí, sí, Zapater. El capitán debutó esta temporada y casi marca el 2-1, pero hay que ser un poco más serio. Si Gueye, contratado como proa de la ofensiva del conjunto aragonés, no apareció en semejante contexto y la previsión de lluvia sobre el área de Tomeu Nadal, es para pedir que de la mano de Carcedo se vayan Torrecilla y Sanllehí. Habría que retocar entonces el título: ‘Iros ya’.
Luego están sus reflexiones sobre los partidos, las previas, los resúmenes… Lo comunica sin titubear, como si leyera sobre una pantalla fija siempre el mismo discurso. Se manejan alternativas; la gente trabaja muy bien; no jugamos en función del rival pero hay que conocerlo; este equipo está convencido de sí mismo y en la línea correcta… Hoy, para rematar: «Con los cambios hemos podido hacernos con el partido y tener ocasiones y opciones de ganar». Gueye debe ser buena persona, no entiende ni castaña el idioma o le importa un comino este Real Zaragoza que sólo parece preocupar a un público que ya ha indicado el camino de la guillotina al entrenador de la sección de refrigerados.
Veamos, el Zaragoza es desde hace años un pozo negro de ilusiones y emociones frustradas para 20.000 individuos que se citan cada semana en la Romareda. Carcedo, como antes JIM o el propio Torrecilla o Sanhelli o el jefe de Prensa, son tipos que tienen un puesto de trabajo en una empresa que no busca resultados deportivos. Y los jugadores han sido contratados por éstos para desempeñar un papel, que no es subir a primera, porque ninguno tiene la más mínima calidad para ello. Lo peor de este equipo que se arrastra por el campo es que en él está depositada la frustración de mucha gente, pero es incapaz de todo. Es un espejo de todos estos años. Lo curioso es que hasta los jugadores de equipos de pueblo como Miranda, Burgos, Lugo, Andorra, Albacete, Cartagena , Villareal, Leganés, etc. le echan más bemoles en el campo que los del Zaragoza y parece que se juegan la vida en cada jugada, quizás el pan de sus familias. Quizás Carcedo no tiene culpa de casi nada y si saca al campo a un viejo icono aragonés como Zapater es porque está diciendo: «Lo siento, no hay nada más que hacer con este plantel», pero claro, no se lo va a decir a una prensa añeja y poco informada como la aragonesa. Nadie quiere echar piedras sobre su tejado, pero el problema es que 20.000 van cada domingo a la Romareda no se sabe a qué. Ese es el problema. Y los dueños sólo dicen sandeces, cuando hablan, que se lleva el viento. Una desaparición ordenada del club sería una cura de salud y humildad para todos.