No sé si es por las batallas que he tenido que librar a lo largo de estos últimos años, las heridas de guerra sufridas o el cambio de perspectiva una vez encontrado el camino de la victoria y de la paz, pero nada me ilusiona. Tengo mis objetivos y mis metas pero las afronto con frialdad, de la misma forma que acontecimientos como un Campeonato del mundo de fútbol. Disputado en un país donde se sabe de las muertes de miles de trabajadores extranjeros en condiciones de suma pobreza, la Ley Islámica que impide la libertad sexual y que humilla a la mujer y el dinero que brota de las familias reales y allegados para conseguir la complicidad de países, empresas y políticos. Mi primer recuerdo de un mundial es a través de la radio y porque mi padre, cuando estábamos de vacaciones en Salou, tuvo que viajar a Londres para transmitir los partidos de la selección. Villalonga seleccionó a Reija, Marcelino y Lapetra pero apenas jugaron. En una representación recién proclamada campeona de Europa en 1964 se juntaron sin éxito Iríbar, Del Sol, Luis Suárez, Amancio o Gento para ser eliminados tras perder con Alemania Federal y Argentina. De eso hace ya la friolera de cincuenta y seis años.
Me pasa parecido. Estoy bastante desenganchado. aunque estoy de acuerdo con los motivos, los míos son otros: se trata del desarraigo que siento con el actual fútbol español, con el Real Madrid, con el Barcelona…