La perfecta imperfección

La autoría de Fran Escribá sobre el crecimiento en números del Real Zaragoza se está presentando como una axioma, fomentada esa euforia sobre el personaje en función, sobre todo tras la espectacular victoria contra el Huesca. Que no perdiese el conjunto aragonés con el nuevo técnico en el banquillo antes de celebrarse ese apasionado partido, comenzó a impregnar la atmósfera de una progresiva elevación del rendimiento. Pero ha sido la paliza al conjunto de Ziganda lo que está siendo tomado como posible punto de inflexión hacia otro espacio competitivo que el de la supervivencia. Es incuestionable que hay un mejoría con respecto a la era Carcedo, pero para confirmar un salto cualitativo permanente más allá de las cifras resta un largo e incierto camino.

Todos los futbolistas alcanzaron su mejor versión este sábado. Todos. Se han barajado un sinfín de causas para explicarlo y la mayoría de las exposiciones abogan por el buen manejo de la plantilla de Escribá. El entrenador ha establecido unos parámetros personales desde su llegada: Zapater es su brazo armado sobre el campo y los dos delanteros son innegociables. Por esa travesía, sin embargo, el fútbol del Real Zaragoza ha sido señalado y acusado por sus deficiencias ofensivas cuando no por su fragilidad defensiva. Francés y Francho, estupendos en la última jornada, ocuparon plazas de reservas, en tres ocasiones el central y en dos el centrocampista. No se pudo con el colista Málaga pese a jugar este con uno menos 75 minutos; en Burgos la pegada se difuminó por la blandura de la retaguardia, y contra el también colista Ibiza se venció en el último segundo. Lo de Albacete, aun con el empate, resultó un horror.

El aborrecimiento presidía análisis, reflexiones y la opinión de la grada frente a un equipo de nuevo confeccionado para sufrir. Mientras, se solicitaba el inmediato debut de Rebollo por un Ratón inseguro, que Francés y Francho recuperasen su nivel sobre el césped y no en el banquillo dada su alcurnia combativa para estos momentos y que Gueye desapareciese de la geografía titular que tan ancha le viene. Ante el Huesca, clausurada la rotación en masa del Belmonte, Rebollo se estrenó, Francés volvió a liderar la zaga para beneficio de Jair, Franchó brilló en su posición de toda la vida al lado de un poderoso Zapater y Mollejo hizo el partido de la temporada con el senegalés disfrutándolo desde fuera.

Fue el encuentro perfecto de un equipo todavía muy imperfecto. Escribá ha estampado su firma en algún documento también cuestionado como el de Zapater al frente de la tropa, pero hay que reconocerle su capacidad para ir descifrando poco a poco cómo explotar al máximo los mínimos, a los mismos futbolistas que no encajan bien como Larra, Nieto o Puche, a los que atravesaban una depresión deportiva y los que sobran en el once casos de Ratón, Lluís López, Petrovic, Manu Molina, Eugeni o Gueye. El técnico disfrutó de la excelencia con el 3-0, un resultado que colmaba sus deseos ofensivos, defensivos y de control en una noche festiva y sin el Huesca por ningún lado.

Este Real Zaragoza pertenece a Escribá para bien y para mal, pero su médula es la misma que manejaba Carcedo. Se siguen necesitando jugadores, bastantes más que la pareja, como máximo, que llegaría en invierno según confirmó el presidente Jorge Mas. El triunfo ante el Huesca tiene bastante más de la confluencia en bruto de un grupo inspirado en una cita de elevada adrenalina que de confirmación rotunda de un equipo muy diferente. La mano de Escribá se notará de verdad si es capaz de convencer a Sanllehí, ya que al director deportivo ni está ni se le espera, de que sería conveniente fichar otro central capacitado, un centrocampista de pulmón y piernas y un delantero con cierta relación con el gol.  El 3-0 al Huesa fue un bombón. El campeonato exige una roca.

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