Xavi Aguado y Txetxu Rojo hablaban el mismo lenguaje. El entrenador portaba capa de leyenda y al central catalán se la estaban diseñando cuando ambos coincidieron en el Real Zaragoza. El técnico supo reconocer desde el principio al jugador de la plantilla que mejor podía conectarle con el grupo, y cuenta el eterno capitán cómo era su relación con el entrenador vasco. «En el fondo era un tipo fantástico. Parecía que podía faltarle algo de mano izquierda, pero tengo un recuerdo precioso de él». Siempre que había algo que consultar, Aguado era su confidente no sólo táctico, sino personal. «Cualquier cosa que ocurría me la comentaba y me pedía mi opinión. Tanto si era para que comunicar a algunos que no le gustaba que jugaran por la noche a las cartas como para pedirme consejo. No le gustaba buscar conflicto con los futbolistas. Muy al contrario. Yo le daba mucho valor y le tenía una gran admiración por todo lo que significaba para el fútbol y para mí».
En una concentración en Vigo, ya que el equipo jugaba contra el Celta y el miércoles en Copa contra el Sporting en El Molinón, Rojo dejó en tierra a José Ignacio porque se entretuvo charlando en el gimnasio con Gustavo López, entonces en el equipo celeste. El Real Zaragoza se entrenó en las instalaciones de A Madroa y el centrocampista, al salir en busca del autobús, vio que éste ya había salido hacia el hotel de concentración. Un par de periodistas bajaron al riojano, en ropa de deporte, hasta el mismo hotel. «Sí, así era. A veces impulsivo y al mismo tiempo tierno. En esa misma concentración nos invictó a todos a una mariscada en una bar que conocía de su etapa en el Celta».
La Romareda le respetaba pero no le quería en exceso. Los resultados y un estilo innegociable en el que primaba la solidez defensiva eran el mejor aval de Txetxu Rojo. «Ya lo había hecho con el Celta. Basta con recordar lo que nos costó ganarles en la final de Copa de 1994. Sólo pudimos hacerlo en los penaltis. Él tuvo la idea de formara un bloque muy sólido», cuenta Aguado. «Le gustaban los laterales altos que pudieran defender por arriba. Por eso apenas subían, y eso a la Romareda, más afín a tener siempre la iniciativa, no le gustaba. Su plan resultó para competir en una liga larga. Éramos muy difíciles de ganar y los rivales apenas nos hacían ocasiones. Además teníamos a dos puñales como Juanele y Milosevic. Y si se atascaba el asunto, salía Yordi González».
El 1-5 del Bernabéu fue el capítulo más espectacular de la segunda temporada con Rojo. Aguado rememora que «ese partido lo ensayamos y lo jugamos con tres centrales, Paco Jémez, Pablo y yo, con Cuartero y Vellisca de laterales. Se lesionó pronto Jémez y entró en su lugar Solana». Lo prepararon en la Ciudad Deportiva del Real Madrid, con el técnico diciéndole a Pablo que disimulara, «que hiciera como que era lateral». Sin embargo, el mensaje de cómo jugar el encuentro fue «de salir sin complejos. Nos comentó que fuéramos valientes, que todo el mundo nos estaba mirando y que era el escenario ideal, un partido de mucha trascendencia».
El exjugador subraya que pese a que se había ganado una imagen altiva, Rojo fue siempre «muy humilde en el vestuario. No paraba de darte consejos, de decirte cómo hacer las cosas, de ayudarte. Una vez me pidió perdón por dejarme en el banquillo. Fue contra el Espanyol. Ese día superaba el número de partidos en Primera de Violeta y no me sacó. Ahí se quedó Violeta con la placa en las manos. Cuando se dio cuenta vino rápido a pedirme disculpas. En ese sentido era muy sensible. Para mí siempre será una leyenda».