Abracadabra, gol de Gaetan

Voy a intentar hacer una contracrónica del partido del Zaragoza sin escribir la palabra Poussin. Porque a estas alturas ya todo el mundo sabe que el portero francés tiene cosas de Curro Romero (para los más jóvenes, un torero que alternaba tardes históricas con fiascos morrocotudos, aunque en su caso abundaban los segundos). El meta galo me recuerda a los protagonistas de la película El truco final, Hugh Jackman y Christian Bale, quienes a lo largo de más de dos horas de metraje, en la pugna por ser mejor uno que otro, combinan actuaciones que les dejan en evidencia con otras que los encumbran. Así es Gaetan.

 

El guionista del documental sobre su historia de superación (ya saben, en la que pasó de estar fuera del equipo por errores groseros de la campaña pasada a renacer en el inicio de la presente) anda rompiendo borradores con la continuación de la saga, en vista de que el mismo guardameta al que parece imposible meterle un penalti luce puntuales defectos que ponen en cuestión su envergadura real como profesional.

 

El cancerbero del país vecino preparó sendos numeritos en su performance ante el Eibar, uno para cada apertura de telón. En el primero le temblaron las manos, quizá porque la posición del cuerpo tampoco era la correcta, y dejó la pelota a Juan Bautista para que recibiera con gusto semejante dádiva tras el Viernes de Dolores. Fútbol eclesiástico en La Romareda.

 
 

Sin embargo, cuando concluía el segundo acto, cuando la derrota estaba casi asumida y el descenso un poco más interiorizado, el inquilino de la portería blanquilla quiso redimirse para despertar tranquilo de conciencia en el domingo de Resurrección y subió a rematar un córner que ofreció con poesía divina Toni Moya. Uno puede ver más de treinta veces la repetición del tanto y acaba observando cómo la dimensión del tiempo se divide en dos frecuencias: en una se encuentran los movimientos que hacen todos los jugadores presentes en la acción menos uno; la otra está representada únicamente por el portero francés, que primero porfía levemente con un defensor que se olvida de él y luego inicia un ataque frontal de tiburón hasta cabecear a la red. Aun cuando parecía que no llegaba, que el balón podría ser rematado por Jair, un último estirón de cuello le dio la foto finish de un tanto para la historia.

 

Muero de envidia de pensar en la gente que presenció de cerca esta maravilla, que vio todos los gestos del meta zaragocista antes y después de marcar, a los que se acercó en su celebración. De portería a portería anduvo el camino de vuelta sin pisar el suelo. Y aunque el tanto simplemente empató el partido, su épica se ha encargado de extender el sentimiento de que sí, se puede.

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