Adiós a Peybernes, Eguaras, Alegría y Bermejo

En dos o tres jornadas, el Real Zaragoza podría regresar a la región de los cuatro malditos. Aun sacando algún empate aislado de sus enfrentamientos contra Fuenlabrada, Almería y Girona para sumar a los tres que hora tiene de renta sobre el descenso, en ese tramo de la competición se producen los siguientes enfrentamientos: Cartagena-Alcorcón, Sabadell-Cartagena, Alcorcón-Castellón… Es decir que alguno de esos vecinos de abajo se le aproximará más o le superará. Nunca ha sido un equipo ganador en el sentido amplio de la palabra, el que conceden no solo los resultados sino las sensaciones, y desde que se impuso en Málaga en su única victoria sobre el campo a domicilio de toda la temporada, ha sacado 9 puntos de 24 posibles. Dos victorias, tres derrotas y tres igualadas. Ha entrado en crisis justo cuando no debía, cuando el calendario le ofrecía la oportunidad de hacer caja frente futuros partidos contra toda la aristocracia del torneo.

El equipo no se sostiene ya sobre algunos nombres, el sistema de juego es capaz de desmontarlo cualquiera y su potencial ofensivo sigue siendo su deteriorado talón de Aquiles. El encuentro del lunes frente al Fuenlabrada no admite una continuidad sobre esa metodología desgastada por la falta de prestaciones y ahora por la desconfianza en la que está preso el equipo, que ya no solo se sabe inferior a los de su rango sino que también lo siente. Si antes tuvo fases de cierto atrevimiento, hoy en día su perfil es de víctima propiciatoria. Su espíritu está más para la consulta del psicólogo que para acudir a las trincheras bajo un incesante bombardeo. A Juan Ignacio Martínez no le queda más remedio que buscar otros argumentos por muy limitado que se sienta porque si se obstina en repetir lo mismo, acelerará la caída de un equipo que necesita un mensaje distinto aunque sea en código morse.

El once inicial del Real Zaragoza no admite ya algunos futbolistas. Vayamos por partes. Eguaras, en su posición de máximo responsable de hacer jugar al equipo, no aporta nada. Se ha encogido mental y físicamente, y aquel pie diferencial para la asistencia o la fluidez, sufre de gota. Lento, fallón, inseguro… Francho emerge en esa posición, que es la suya, en uno de los relevos imprescindibles y urgentes. Alegría marcó el gol de la victoria ante el Tenerife y no se le recuerda nada más, actuando en un radio que le es ajeno, lejos del área, sin velocidad ni dotes asociativas. Sin mezclar en ningún momento con Narváez. El elegido para capitanear el ataque es un rematador con más fama que fortuna, y es otra de las vacas sagradas a sacrificar por el bien de la comunidad. El entrenador tiene dos opciones: entregarle toda la responsabilidad ofensiva a Narváez o acompañarle de Iván Azón, un futbolista mucho más adecuado para lo que se viene encima por su incombustible lucha y porque no es peor que Alegría en ninguna de las facetas.

Bermejo entra mucho por el ojo. Hábil con la pelota, regateador guadianesco y dibujante horizontal de diagonales a ninguna parte, es el máximo asistente, pero no le sobra personalidad ni constancia, y se arruga en cuanto los partidos se ponen cuesta arriba. Le avala todavía ese puntito de calidad técnica para momentos concretos si bien un descanso le vendría de perlas para apostar fielmente por Sanabria, quien seguramente no dará menos y aterrizaría en la alineación con la ilusión del debutante. JIM tendría que gestionar los cambios en función del hallazgo de la ilusión de quienes menos participan. Chavarría no está bien y Zapater lucha con orgullo por aportar lo máximo. Ambos, sin embargo, necesitan savia nueva a su alrededor que justifique sus esfuerzos.

La defensa ha sufrido un golpe de estado con mando en la dirección deportiva. Peybernes, impuesto por decreto y el gol que derrotó al Mirandés, ha roto la línea más firme. Primero Francés y luego Jair tuvieron que cederle su asiento cuando eran los pilotos oficiales por sintonía y porque el Real Zaragoza disponía de algo más de salida de balón. Con Peybernes se gana balones altos pero se hace más sencillo para los rivales la asfixia de la defensa, un cortocircuito letal para gobernar los partidos que obliga a pelotazos infames. La única justificación del francés en la titularidad sería con una formación de tres centrales, una variante que, bien trabajada, podría ajustarse más a las necesidades presentes y pretéritas.

La cuestión es que Juan Ignacio Martínez tendrá que decidir si el lunes va al Fernando Torres con el mismo vehículo averiado o si le cambia algunas de las piezas principales para comprobar su funcionalidad. Es prácticamente imposible que le vaya peor. El Real Zaragoza, si no saca alguna victoria en estas tres jornadas por muy complicado que sea, afrontará los últimos siete partidos con la soga al cuello y los pies colgando del vacío. No hace falta, ni es posible, que JIM se presente en las bodas de Caná para multiplicar panes y peces, pero sí con la valentía de revolucionar con inteligencia una alineación y una filosofía insostenibles por más tiempo.

Por cierto, más vale que regrese de una vez Cristian a la portería.

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