El mediocentro, que sigue sin tener el influjo que debería, y el extremo, diluido por su papel intercambiable, acusan la falta de identidad del Real Zaragoza y las dudas de su entrenador
Marc Aguado y Adrián Liso son dos de los jugadores de la plantilla con una personalidad más definida en este Real Zaragoza pendiente aún de hallar su identidad cuando el fin de la primera vuelta pendiente de tres partidos. Son dos actores principales en busca de autor, un par de piezas que están sufriendo la inconstancia de los planteamientos de su entrenador, de escenarios berlanguianos, de giros de guion que les desprende del protagonismo que necesitan para expresarse. El mediocentro, el único especialista en esa posición del equipo, tiene dividida a la afición sobre su auténtica valía, y el extremo se ha perdido en la brumosa búsqueda de soluciones y sistemas en beneficio de un Adu Ares que es puro vapor meta goles en la Copa o se oriente como nadie en el Gobi. Los mensajes que llegan de sus superiores sobre la necesidad de fichar en el mercado de invierno futbolistas en sus posiciones como apuntalamiento del vestuario, una urgencia real, les sitúa aun más cerca del abismo de la duda popular. En este equipo tornadizo, sin embargo, son dos elementos imprescindibles desde la continuidad al margen de baches personales o resultados adversos. No ha nadie como Marc. No hay nadie como Adrián. Con sus días de luz y de tonalidades grises e incluso oscuras. Deberían tener pasaporte de titulares y casaca con galones. Víctor Fernández no opina lo mismo.
A Aguado lo quería a toda costa para el Elche Eder Sarabia, el técnico que mejor supo gestionar sus virtudes. Por Liso, Bordalás llamó a la puerta del club con millones, no los suficientes para los propietarios. Fueron felices en el Real Zaragoza, el centrocampista cuando Escribá le puso al mando de las operaciones y se vio su mejor versión de sobresaliente administrador del balón, con Moya y Francho de escuderos y Mesa en la otra punta del rombo metiendo goles, recibiendo pases de su antagonista en el dibujo que rompían líneas; el zurdo, cuando Víctor buscaba soluciones la pasada campaña y descubrió que tenía una bomba de relojería de 18 años en el Deportivo Aragón. La llegada de Valera y la opción de contar con extremos hizo que el entrenador valenciano girara hacia el doble pivote con un intervencionismo de Moya que oprimió el juego de Marc. Ahora, el preparador aragonés lo ha metido en todas las mezclas con Bare, Fancho y Moya y salvo con el albanés al principio, su rendimiento ha tendido a discreto. Buenos números pero en un segundo plano de corrector. La relación entre su presencia en el once y el mejor Real Zaragoza es una leyenda urbana: ha habido jornadas, como en Cartagena, Tenerife, Huesca y Deportivo, que el marcador era adverso cuando fue retirado del campo. No es por lo más remoto quien debería ser, encorsetado, sin la libertad que precisa su calidad. El punta ha ido dando bandazos a lo ancho del estadio y a lo largo de un plan que lo tenía como chico de los recados en balonazos que tenía que perseguir y luchar. Dos goles, una asistencia y como consecuencia de tanto vértigo, el banquillo como destino.
Era un placer contemplar al mediocentro en el Andorra, en un conjunto con laterales por dentro, cinco en ataque, movimientos sincronizados para una elaboración extrema de apariciones de todos y cambios de orientación rompedores. Allí, como iniciador del todo, Aguado, cedido por el Real Zaragoza, desplegaba autoridad, con un control absoluto de las operaciones, si era necesario actuando de central. En ese ecosistema ideal para su fútbol era una diamante. De vuelta a casa empezó deslumbrado pero, poco a poco, las pizarras le fueron condenando fuera de su magnífica interpretación del juego posicional que pide colaboradores y no compañía en el reparto de funciones. Que le pongan un volante a su lado le hace flaco favor. La depresión de Liso ha sido concebida por agentes externos. Si le concretaran cuál es su trabajo y no le abandonaran a la improvisación, el extremo regresaría a ese potente jugador que lleva todavía dentro, un agitador brutal por fuera que, con dos movimientos básicos pero fundamentales en este deporte, desborde y velocidad en las decisiones, siembra el área de centros de ricas posibilidades. Ares le va a sentar durante tiempo en el banco, al menos mientras los tres centrales funcionen, recurso ante el que Víctor ha claudicado por obligación. Aguado y Liso son dos intérpretes de cabeza de cartel, pero el director de obra no sabe cómo sacar lo mejor de ellos.