El rombo va a traer cola. O no si Fran Escribá, más próximo al 1-4-4-2 con un doble pivote cocinando el centro del campo, se decanta por un sistema de mayor reparto de funciones en la sala de operaciones del equipo. El verano con su pretemporada y el partido ante el Villarreal en la primera jornada de Liga obligaron al técnico, por falta de efectivos o, como ya es el caso, por el proceso de aclimatación de los futbolistas recién fichados para cumplir con ese rol, a posicionarse por el juego interior con los laterales como eventuales herramientas para dotar de profundidad a los carriles. La variedad instrumental permitirá al entrenador elegir lo que más le convenga para cada momento, pero la concatenación de Aguado, Francho, Moya y Mesa le proporcionan cuatro puntos cardinales de una opulenta dimensión constructiva, además de futbolistas generosos y aplicados para defender o reducir con presión alta los espacios que se generan como producto de la amplitud de esa libertad de acción tras la pérdida de balón. Otro beneficio de esta organización en el campo es que se refuerza la personalidad atacante y dominante con dos delanteros asaltantes, de los que participan de la modernidad sin perder la voracidad de los 9 de siempre por conquistar el área y abrasar la portería.
La insistencia en los extremos, un arma que siempre debe estar en el arsenal de un ejército de espíritu ganador, no ha dado un vuelco a los planes, pero sí invita a la reconsideración por una apuesta definitiva en firme. Con este dibujo de vértices tan señalados y en un momento dado permutable si lo exige el guión, el Real Zaragoza ha amanecido en la competición cómodo, reconocible y atractivo, con ganas de gobernar los partidos a su manera. En apariencia puede hacerlo siempre que sepa resguardarse con firmeza cuando el rival le intimide. Su corazón, sin embargo, late entre las latitudes defensiva y ofensiva como dinamo del todo. Francho ha conseguido conservar su mejor versión acostado a la derecha y Moya, sin duda con registros para responsabilizarse de la salida de la pelota y de su explotación cerca del área, circula con liderazgo por la izquierda. En esa reunión, a la que suele acudir Bakis para ayudar en el génesis y arrastrar a sus marcadores, el trabajo de Aguado y Mesa se antoja fundamental.
El mediocentro venía de brillar en el Andorra. Las cesiones habían cumplido el objetivo de que sumara madurez. El gran descubrimiento ha sido la forma tan rápida con la que ha impuesto su autoridad. Se esperaba que aun con la fama adquirida en el Principado, tuviera que aclimatarse a un ecosistema muy distinto, a un equipo y un estadio mucho más impacientes. Su manera, de ver, escuchar, saborea, oler y tocar el fútbol, un sencilla y aglutinadora interpretación de este juego, está teniendo el efecto contrario: el Real Zaragoza se parece cada vez más a Aguado, un tipo de futbolista llamativo no por la estética sino por su capacidad para componer con armonía lo que necesita cada párrafo del partido. Es el hilo conductor que tiene en Maikel Mesa, un verso libre que necesita libertad para rimar, la aguja con la que tejer la tracción de sus compañeros. El canario sale en busca de los pases firmes y certeros del mediocampista para crear un canal de comunicación interno que le convierte en una constante amenaza por la dificultad para ser detectado y por calidad técnica que posee para asociarse y para finalizar. El lenguaje de ambos es distinto pero comparte raíces fundamentales para un Real Zaragoza que con esta geometría ha logrado recuperar por fin la identidad y parte del hechizo de otras épocas de mayor audacia.