A 17 días de ganar la Recopa en París para la que se había clasificado 36 horas antes pese a perder 3-1 en Stamford Bridge ante el Chelsea, el Real Zaragoza jugó un partido perfecto en el antiguo Carlos Belmonte, un aperitivo digno de un futuro campeón de Europa. El 23 de abril de 1995, el día de San Jorge, quienes tuvimos la fortuna de formar parte de aquella comitiva que viajó en el reactor particular del presidente Alfonso Solans Serrano, no hemos dejado de volar sobre una fechas inolvidables, junto a un equipo de otro siglo, de otra dimensión temporal. Nada tiene que ver con la nostalgia, sino que entronca directamente con la esencia del espectáculo, de un grupo de futbolistas coincidentes en una generación genial.
Al aterrizar en el aeropuerto militar de Albacete, al descender por la escalerilla del avión, se respiraba un inconfundible aroma a grandeza sin que nadie se diera importancia, lo que agigantaba aún más los prolegómenos de lo que podría haber sido un partido más de Liga, un trámite para no tomar demasiados riegos con semejante reto esperando en el Parque de los Príncipes contra el propietario del título, el Arsenal. Pero Víctor Fernández entendía que la mejor forma de ser uno mismo era estar a la altura que se había alcanzado en la Liga y en Europa, y alineó el mismo once, salvo Lizarralde por Pardeza, que estaba llamando a las puertas de la gloria.
El conjunto aragonés saltó al campo con Juanmi, Lizarralde, Belsué, Aguado, Cáceres, Solana, Aragón, Nayim, Popet, Higuera y Esnáider. El portero acabaría lesionándose dos semanas después en El Molinón, justo antes de tomar rumbo a Londres, y Cedrún tomó el relevo para cumplir en primera persona la promesa que un año antes, tras ganar la Copa al Celta en el Calderón, hizo a su hija Maider desde el balcón del Ayuntamiento. El Queso mecánico, de nuevo con Benito Floro, su arquitecto, en el banquillo, estaba en horas bajas pero con futbolistas en sus filas como Molina, Santi Denia, Fradera, Zalazar, Bjelica, Antonio, Òscar García Junyen, Fonseca o Dertycia…
Los misiles intercontinentales de Zalazar, a los que Juanmi respondió quitando la barrera en una ocasión para ver con nitidez la trayectoria, fueron casi la única amenaza de los locales en un encuentro que se les hizo eterno frente a la eternidad. Los controles y las asistencias de Nayim, su intentó de sorprender a Molina como luego haría con David Seaman, cincelaban una obra de arte dentro de otra. Poyet también quiso embocar desde casi 50 metros… Hasta que Higuera se fue la banda como extremo y centró a la cabeza de Esnáider. El propio Paquete hizo el 0-2 muy a su manera, como el zorro que entra en el gallinero de una jugada de rechaces y rebotes sabiendo que aún queda una pieza en el corral. Antes, Aguado metió un frentazo soberbio que se fue por poco…
Y entró Miguel Pardeza los últimos minutos, los que coincidieron con la expulsión de Belsué por doble amonestación. Se fue por la banda, encaró al rival, le mostró una salida falsa por la derecha y recortó hacia afuera, por la izquierda, para resolver con la zurda ante Molina. Un broche de lujo para un partido memorable. Aquellos dragones de San Jorge se posaron de nuevo sobre las alas del reactor de Alfonso Solans, se sentaron la mayoría en la plazas de la cola del avión y juntos, verídico, escribimos la crónica de lo que había sido. De lo que iba a ser en el Parque de los Príncipes.