Almudena Sopeña, una aficionada del Real Zaragoza de toda la vida y todo el corazón, ha recibido un ataque infame hacia su persona en la plataforma X. El propietario de una cuenta se refirió a su físico con una fotografía y un texto que no merecen la pena recogerse en este espacio, pero que consiguió hacer diana en la especial y personal situación que atraviesa la seguidora acosada, que retuiteó el post con valentía «camino del juzgado» no para contratacar sino para explicar su caso y solidarizarse con quienes están atravesando una coyuntura similar de trastorno y depresión. Como hicieron cientos de seguidores, Príncipes de París envía todo su apoyo y cariño a Almudena, una mujer fuerte y sensible que afronta ahora dos batallas: el rastreo y la localización del perfil desde donde se vomitó ese veneno y la reconquista de su salud mental. Sabemos que su Real Zaragoza también estará a su lado públicamente, al igual que ella lo está en La Romareda y en la mayoría de los desplazamientos del equipo, en primera línea, con su bandera, pancarta o bufanda al viento en los buenos y en los malos los momentos, como debe ser con los amores que ni la muerte separan.
Habrá quien puntualice que esto no tiene nada que ver con el fútbol, pero no es así puesto que este deporte es uno de los grandes espejos de la sociedad y, por lo tanto, refleja también su lado oscuro, sucio. Las redes sociales se han hecho fuertes a todos los niveles como herramientas de comunicación en el mejor de los casos y como cloaca inmunda en su cada vez más arraigada y terrible versión. Almudena, muy activa y respetuosa en sus comentarios y opiniones, ha sido víctima sin victimizarse en ningún instante (hay que tener pulso de hierro y generosidad para hacerlo en tales circunstancias) de un monstruo que vamos alimentando con el consentimiento, el silencio e incluso la empatía. Fuera de control, todo vale, con una legislación ambigua, pusilánime («El acoso en redes sociales es delito cuando este se realiza de manera sostenida en el tiempo») y ausente de la contundencia necesaria para que estos cobardes por lo general anónimos reciban la pena correspondiente y la basura deje de circular con total impunidad por este conducto que no hay que prohibir pero sí acotar y castigar con el máximo rigor desde la primera señal de intento de humillación. Se ponga cuando se ponga en hora ese reloj corrosivo.
Estoy absolutamente convencido de que todos los que lean este texto han recibido embestidas en las redes sociales si no tan graves como la de Almudena, sí con el suficiente acero para hacer daño, intentar desprestigiar o crear una corriente de odio que en no pocas ocasiones anima a las manadas a solidarizarse con el emprendedor de las persecuciones. Todo el mundo tiene derecho a expresarse, pero no todas las opiniones a campar a sus anchas sin filtro alguno. Los medios de comunicación, con tal de ganar audiencia, hemos cometido el error de promover espacios para que las informaciones y los profesionales que las han redactado sean comentados, pero también insultados y juzgados con impunidad. Es, sin duda, un ejercicio de prostitución por la confusión entre libertad y libertinaje. Se abre las puertas a la barbarie en nombre de la interactuación.
En el marco completamente desbocado de la redes, donde cualquiera puede empuñar un arma en forma de tuit, los atentados han hallado el ecosistema perfecto. El disparo o los disparos contra Almudena Sopeña es un ejemplo que nos afecta por su proximidad y por el contenido destructor de la metralla para un ser humano que pelea por reencontrar los equilibrios que necesita para recuperar una estabilidad vital. Porque nunca un tópico fue tan cierto como que Almudena somos todos en este universo ingobernable donde junto a usuarios cabales habitan canallas de toda clase y condición con licencia para matar con 280 caracteres si fuera necesario y luego desaparecer para más tarde asomar por otras ratoneras del despojo humano que representan. En la inscripción ha de establecerse una identificación oficial del individuo. Eso, claro, reduciría el número de la clientela y del negocio. Es más rentable la permisividad con la caza furtiva, una atractiva opción en este bosque enmascarado e intolerable.
Foto: Instagram de Almudena Sopeña
Totalmente de acuerdo.
No conozco el incidente en cuestión ni puedo conocerlo, dado que no uso las «redes sociales» (en realidad plataformas antisociales), que son en sí mismas, junto a buscadores manipuladores y tramposos como Google, la negación del carácter social que internet sí tenía en sus inicios, antes de su secuestro por dichas herramientas de control. Lo que sí conozco es cómo los ingenieros sociales se sirven del trauma que ellos infligen en la sociedad y las semillas de caos que por ella esparcen para conducir el rebaño y producir los cambios que les interesan. Problema-reacción-solución es la dinámica que usan hasta la saciedad: crean, directa o indirectamente, un problema (que a menudo inflige una grave trauma en la población), lo que suscita una reacción en forma de demanda popular de una «solución», que los ingenieros sociales ya tenían preparada de antemano y proporcionan cuando estiman que la presión social ha llegado al punto que deseaban. Por ello hay que tener cuidado con las «soluciones» que uno reclama, especialmente cuando uno se sume en estados anímicos como el miedo o la indignación. En tales casos, todo está preparado para que uno reclame «remedios» que son peores que la enfermedad. ¡Trampa!
Dice Alfonso que está «absolutamente convencido de que todos lo que lean este texto han recibido embestidas en las redes sociales si no tan graves como la de Almudena, sí con el suficiente acero para hacer daño, intentar desprestigiar o crear una corriente de odio que en no pocas ocasiones anima a las manadas a solidarizarse con el emprendedor de las persecuciones«. En mi caso, que no es único ni mucho menos, he sufrido algo así, a gran escala, pero no en las «redes sociales», sino en el discurso social dominante con el que nos bombardean los poderes fácticos a través de sus servidores en la política, los mass media y las grandes corporaciones que controlan la internet actual —muy diferente de la internet libre y social de 1990-2010—. Aunque no dirigidos de forma individual, los insultos, totalmente carentes de base, que recibí eran de carácter pre-genocida: «rata», «cucaracha», «asesino» y un sinfín más, de diverso grado. Estó sucedió no hace mucho tiempo. Nadie se ha preocupado por el daño causado a mi salud mental —afortunadamente, dado que en la aparentemente loable preocupación por la «salud mental» de la que tanto hablan ahora los medios que justo antes la atacaron de forma descarada y masiva, se esconde otra trampa, muy siniestra (véase la obra del Dr. Peter Breggin sobre los psicofármacos y la del Dr. Thomas Szasz sobre la psiquiatría en general)—. Nos dicen que vivimos en democracia, pero de un tiempo a esta parte se ha normalizado que los servidores de los poderes fácticos insulten de manera sistemática a los ciudadanos, especialmente aquellos que pertenecemos a los grupos del demos que nos oponemos a su proyecto totalitario de subyugación absoluta de la sociedad. Y, a causa de la infantilización patológica de grandes masas de la población, las «manadas» se solidarizan entusiásticamente con tales persecuciones. El poder político apoyado por «manadas» linchadoras, al proferir amenazas mucho más creibles, es bastante más temible que cobardes personajes aislados que utilizan el escudo de un pseudónimo para lanzar su basura mental a los demás. (Además, la demonización del chivo expiatorio siempre va acompañada de la censura de las verdades que pueden, quizás, hacer entrar en razón a la masa y evitar la consumación del sacrifico ritual.) La Historia así lo demuestra.
Para evitar estas todas estas trampas y manipulaciones es necesario ir más allá de reacciones inmediatas y análisis superficiales. Hay que buscar las causas profundas de lo que sucede en nuestro mundo. Hay que preguntarse si uno practica o ha practicado, en otros momentos, por otros medios y otras circunstancias, los mismos comportamientos que ahora condena, o si ha permanecido en silencio cuando los presenciaba. Hay que observar el comportamiento social para saber si se está creando un movimiento irracional y pseudorreligioso que demanda la violencia sacrifical sobre un chivo expiatorio y examinar la propia conciencia para saber si participa de dicho estado psíquico colectivo (véase la obra de René Girard al respecto). Hay que ser consciente de la tentación de situar los loci de control de uno mismo en agentes externos, como «las autoridades», en lugar de dentro de uno mismo (lo primero nos infantiliza y nos hace antisociales —para satisfacción de los ingenieros sociales, que pescan en el río que ellos revuelven—, mientras que lo segundo nos convierte en adultos responsables y prosociales, mucho más difíciles de manipular). Hay que percartarse de cómo un régimen que se presenta como «democrático» priva al pueblo de su poder personal legítimo (el de ganarse la vida honradamente para mejorar su propia vida y la de sus seres queridos), dándole el cambiazo por la ilusión de un poder colectivista ilegítimo, basado en el miedo y el odio al prójimo, y que realmente solo da poder al sistema antihumano que encumbra a los poderes fácticos, siempre ávidos de más y más poder y riqueza. Hay que preguntarse por qué los servidores de los poderes fácticos usan su poder para dañar el bienestar material, la capacidad cognitiva y crítica, y la estabilidad psicológica y sentimental de la población —una de cuyas consecuencias es la basura psíquica que florece en las plataformas antisociales, con acosos gratuitos y repugnantes—, en lugar de ejercer ese poder en sentido contrario, para beneficio de la población. Así es el principio del camino que lleva a conocer las causas últimas de lo que sucede en nuestro mundo y ver las manipulaciones de la psique humana que perpetran los ingenieros sociales.
Disculpas por un comentario tan largo y que, aun así, apenas rasca la superficie de la cuestión. En resumen: ojo con las «soluciones», pues los «remedios» que se nos presentan son peores que la enfermedad y los carga el diablo. Y, para ayudar en la medida de lo posible a quienes se aventuran en las modernas «redes sociales» a poner el locus de control dentro de uno mismo, y sin ánimo alguno de justificar a los agentes del caos —aficionados o profesionales—, cuatro máximas:
-A palabras necias, oídos sordos.
-La palabra «perro» no muerde.
-Quien insulta siempre da información, pero la mayoría de las veces no es sobre el destinatario de los insultos, sino sobre sí mismo.
-No des satisfacción al agente del caos. (Por lo que dice Alfonso, Almudena ha puesto en práctica este principio.)
Desconozco lo ocurrido. Igualmente, todo mi apoyo a Almudena. La vida ha de ser otras cosas que las actuales redes sociales.
De acuerdo con todos en todo.
A esta señora la oía en minuto 32 cuando intervenía y no se la puede considerar más educada.
Generalmente, éstos que escriben tales cosas lo hacen, bien por orden de alguien (por lo que se les puede calificar de sicarios), bien porque creen ganar méritos ante el poder destruyendo vidas (me ahorro el calificativo), bien porque son malvados.
No hacer caso, como dice el otro comentario, es lo mejor; pero reconozco que es muy, muy difícil abstraerse. Lo dice alguien que pasó por ello hasta el punto de dejar el trabajo e, incluso, cambiar de residencia; pero, ahora a posteriori, creo que hubiera sido lo más acertado.
En fin y sobre todo, muchos ánimos. Los necesita.